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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado

enrique lacolla


SÍNTOMAS INCIPIENTES DE CAMBIO

<h1><hr><u>SÍNTOMAS INCIPIENTES DE CAMBIO</h1></u> Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior – Córdoba – 1º de Enero 2006

Si vamos a caracterizar el año internacional que se cierra con base en las tendencias que podrían discernirse de entre la multitud de acontecimientos que lo han poblado, habría que ceñirse a dos. La primera es la presión migratoria que el mundo subdesarrollado ejerce sobre las fronteras del que no lo es, y que encuentra también expresión en la división que, pese a todo el confort que informa al universo privilegiado, también habita a éste. La segunda es la generación, lenta pero permanente, de una ola de fondo popular en América latina, que tiende a cerrar la herida infligida a sus movimientos de liberación nacional en las tres últimas décadas del siglo 20.

Durante 2005, en el “vientre blando” de Europa, el Mediterráneo, se acentuó el empuje del asalto al Paraíso –o supuesto tal– por las masas de indigentes provenientes del norte de África o del corazón del continente negro. Esto se expresó en episodios aún más espectaculares que la permanente corriente de inmigrantes que se filtran por entre las redes de las guardias costeras o se ahogan en el mar tratando de hacerlo.

Este año, el fenómeno se corporizó en el asalto a cuerpo desnudo contra las alambradas de púa del enclave español de Melilla, en Marruecos, desde donde los migrantes presumen pueden valerse de la ley española para no ser expulsados y obtener, de algún modo, su posterior paso al continente europeo.

Asimismo, los disturbios en París y otras ciudades de Francia pusieron de relieve que la escisión del mundo entre ricos y pobres, entre integrados y desplazados, es intrínseca también a las sociedades acomodadas, y que el componente racial complica y agrava la división de clases.

En la frontera entre Estados Unidos y México, por fin, la decisión estadounidense de erigir un muro para acotar la continua filtración de los migrantes latinos está terminando de levantar una nueva muralla de Berlín entre dos mundos, sólo que en esta ocasión no es para impedir escapar, sino para no dejar entrar. Dos formas distintas pero simétricas de negar la libertad.

Todo esto no hace, sin embargo, sino refrendar el estado en que se encuentra el mundo posterior a la era del bipolarismo: el Imperio continúa impertérrito con sus políticas en Oriente Medio, y las otras potencias mundiales lo acompañan con distintos grados de anuencia. Esta anuencia incluye a los potenciales rivales de Washington a mediano término, como China y Rusia. Tienen demasiado que perder en un enfrentamiento directo y de momento se mantienen, en el caso ruso, a la defensiva o, en el chino, en una disposición de competencia pacífica.

América latina

Sólo en América latina, entre las regiones dependientes del mundo, se vislumbran signos de cambio. Parecen distinguirse por un realismo superior al que informara otras experiencias de ese tipo en el pasado. Hugo Chávez, Evo Morales, Ollanta Humala, Néstor Kirchner y Luiz Inácio “Lula” da Silva, entre otros, se ubican en una posición que, genéricamente y más allá de los matices radicales o contemporizadores que exhiben estos personajes, está igualada en una intención de unificar el continente y de apartamiento –que a veces se sospecha sea más verbal que real– de las consignas del neoliberalismo.

Pero, por vacilantes que sean, los cambios que se dan en los países del área tienen por expresión resultados electorales que soplan a favor de los candidatos denominados como de izquierda o populistas, lo que supone una reconexión del presente con las oleadas de fondo que en el pasado conmovieran al continente.

El varguismo, el peronismo, el emenerrismo o el castrismo de la década de 1970, expresaron, en distintos ciclos, una pulsión popular en ascenso que hoy, a la vuelta de las represiones y del maremoto neoliberal, vuelve por sus fueros.

Articularla va a ser una tarea difícil, aunque no imposible. No se puede ignorar la fragilidad que hasta ahora reviste el emprendimiento, incluso en el seno del Mercosur, su expresión más importante.

La autorización de una base estadounidense en Paraguay por el gobierno de ese país y la ratificación de un tratado de libre comercio con Estados Unidos de parte del Parlamento uruguayo, son dos muestras de que hay muchos hilos sueltos en este paquete. Y la actitud de la burguesía paulista que preferiría una Argentina agrícola y no industrializada, o la imprudente oposición del gobierno entrerriano y de la Cancillería argentina a las papeleras uruguayas en la ribera del río que marca la frontera entre los dos países, suministran también ejemplos teñidos de escandaloso oportunismo. Un oportunismo a corregir, si se quiere que el proyecto marche.


BOLIVIA

<h1><hr><u>BOLIVIA</h1></u>

EVO MORALES Y LOS CICLOS DE LA HISTORIA SURAMERICANA


Por Enrique Lacolla
Publicado en "La Voz del Interior" - Córdoba - 27/12/2005
Difunde Causa Popular

América latina está ingresando a una nueva etapa histórica. Las dificultades que promete son grandes, pero la recompensa es inmensa.

La historia tiene patrones cíclicos, movimientos que expresan constantes en el seno de una sociedad. El universo latinoamericano no es una excepción a esto y asiste hoy al desenvolvimiento de uno de esos momentos, impregnado en esta ocasión, por suerte, de un espíritu que retoma las oleadas de afirmación popular que se abrieron paso en el continente durante los años ‘40 y ‘70 del pasado siglo.

Por supuesto que esta reconexión con el pasado se carga no sólo con los elementos que provienen de él, sino también con el caudal de experiencia de lo vivido y con los rasgos que son intrínsecos a este tiempo.

Conviene, por lo tanto, olvidarse de las expectativas apocalípticas que fogonearon algunos de los anteriores intentos de afirmación social y nacional. En parte porque el pasado no se repite, en parte porque algunos de ellos tuvieron demasiados errores y en parte también porque tales presunciones no responderían a los datos del presente. No hay, en la actualidad, elementos que consientan ese tipo de ilusiones. El presente se insinúa positivo, pero difícil, y la peor manera de evaluarlo y de coordinar las líneas de acción que conduzcan a su modificación progresiva sería la de imaginar unos "mañanas que cantan" y una revolución a la vuelta de la esquina.

Pero que las cosas se mueven y que lo hacen en un sentido que tiende a revertir las coordenadas de la experiencia neoliberal que devastó al subcontinente en las tres últimas décadas, parece indudable. Así como también se hace evidente que por primera vez comienza a tomar cuerpo la vieja aspiración de recomponer la unidad iberoamericana, articulada a la sombra del imperio español, soñada por los Libertadores y frustrada por el peso de unas realidades objetivas que se derivaban de la debilidad de esas sociedades y de la presencia de unas tendencias centrífugas imantadas por la influencia británica.

Suma

Los datos que informan la inflexión positiva a la que nos referimos pueden contabilizarse en una serie de episodios que arrancan de tiempo atrás –entre nosotros de la explosión popular que en diciembre del 2001 expulsó del gobierno a Fernando de la Rúa–, y que en este momento se manifiesta en una variedad de hechos que denotan un cambio respecto de la actitud de subordinación a Estados Unidos de los gobiernos sudamericanos, cambio que es fruto, en esencia, de la nueva constelación geopolítica que comenzó a articularse a partir de la creación del Mercosur. Lo cual demuestra, de paso, que las etapas históricas no arrancan de golpe ni se dan con un solo paso.

Sumemos los hechos que consienten una apreciación optimista de la realidad. La conferencia de los presidentes americanos en Mar del Plata que le dio un portazo al Alca; el megagasoducto que unirá a Venezuela con los países del Mercosur; la integración de la "república bolivariana" a esta última organización; el triunfo de Evo Morales en las elecciones presidenciales de Bolivia; la posible proyección a la primera magistratura de Perú del mayor Ollanta Humala Tasso–un militar de inspiración chavista y expresivo de los "movimientos originarios"–, y la adhesión de Javier Pérez de Cuellar, ex secretario general de la ONU, a su candidatura, adhesión que podría resultar decisiva para su consagración pues le aportaría el respaldo de una parte importante de la clase media de ese país.  

Por último, en el recuento de factores auspiciosos hasta podría contabilizarse al impulso dado por el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, a las conversaciones de paz, gestionadas por Fidel Castro, entre el gobierno de Bogotá y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Uribe ha sido visto habitualmente como un peón de Washington, pero hasta aquí ha resistido con bastante éxito a las presiones de Estados Unidos para enemistarlo con Hugo Chávez, actual bestia negra de la Casa Blanca en América del Sur y sobreviviente a varias conspiraciones en su contra urdidas en el seno de los servicios estadounidenses.

Conexiones 

Son demasiadas cosas juntas como para que no estén indicando una tendencia. Ahora bien, esta tendencia se conecta a las otras dos oleadas de ascenso popular producidas en los tiempos modernos. 

La primera fue la que circuló en los años ‘30 y sobre todo ‘40, cuando en América latina comenzaron a cuestionarse las bases sobre las que descansaba el "nuevo pacto colonial" establecido después de la Independencia. El varguismo en Brasil, el peronismo en la Argentina, el aprismo en Perú, el emenerrismo en Bolivia y el planteo antiimperialista de Lázaro Cárdenas en México, dieron comienzo a una lucha dirigida a recomponer el mapa social de nuestros países según premisas más justas en lo social y más soberanas en lo político y lo económico. Duramente resistida por el sistema de complicidades locales que se nutría de la situación de dependencia, embestida por el imperialismo y denostada con el calificativo de populista, esa tendencia recorrió un gran trozo de camino, osciló entre triunfos y fracasos y fue en general repelida, corrompida o desplazada por la articulación oligárquica del establishment y sus valedores internacionales. 

Volvió a surgir en los ‘60, al influjo de la revolución cubana y de la peregrina teoría del foco que pretendía "hacer de los Andes la Sierra Maestra de América latina", pero que, de hecho, no consiguió conciliar las distintas realidades sociales del abigarrado panorama del subcontinente para reducirlas al denominador común de la revolución castrista; expresión, ella también, de una circunstancia peculiar y de una coyuntura irrepetible.

En la estela de este fracaso se filtró una gigantesca oleada reaccionaria que acabó no sólo con el proyecto insurreccional del Che Guevara y del castrismo, sino también, lo que fue peor, con las resistencias que existían en los remanentes de los movimientos nacional populares de las décadas pasadas. 

El tsunami neoliberal que durante tres décadas inundó al continente a partir de entonces, ha refluído ahora. Al menos por un tiempo. Dejó tras de sí innumerables destrozos. Los habitantes de esta tierra baldía, sin embargo, no han perdido ni la memoria ni la voluntad de escapar al fracaso personal y social que un sistema extraño a sus necesidades les ha impuesto a lo largo del tiempo y están adquiriendo la convicción de que esa liberación es indisociable de un proyecto común, que esté en capacidad no sólo de imponerse a los tradicionales factores que impusieron el atraso, sino también de sobreponerse a otro maremoto como el que acaba, en apariencia, de remitir.

Encrucijada 

La victoria del caudillo indígena Evo Morales en Bolivia puede ser un punto referencial de la compleja articulación en que habrán de desenvolverse los movimientos nacionales en esta encrucijada. Aquí es útil tener en cuenta las lecciones del pasado y recordar que todas las veces que el bando nacional-popular llegó al gobierno en nuestras sociedades, hubo de afrontar tres obstáculos: los que provienen del poder enquistado en las corporaciones oligárquicas; los que surgen del espectro ultraizquierdista que corre al nuevo líder "por el lado que dispara" y que son en extremo peligrosos en la medida que lo distraen de su objetivo, lo provocan y lo descolocan frente a sus enemigos; y los provenientes de su propio movimiento, que con frecuencia exterioriza la inmadurez que es propia de las fuerzas sociales que recién se asoman a la política y que carecen de cuadros instruidos y bien preparados, lo cual asimismo puede abrir el espacio para la irrupción individuos provenientes de los peores escalones de la política práctica del pasado. 

De las tres oposiciones la más fuerte es la primera, la más molesta y quizá más riesgosa es la segunda, y la más limitante es la tercera. 

Sin embargo, hay un factor a tener en cuenta como elemento moderador de este tercer elemento, en el caso boliviano: el sorprendente margen que el electorado proporcionó a la victoria de Morales y que está indicando la presencia de sectores nada desdeñables de la clase media en el apoyo conferido al MAS. A ello hay que sumar el hecho de que Morales se alzó con el triunfo incluso en el secesionista Oriente. Todo esto indica un profundo cambio de conciencia, que afecta en buena medida a los sectores medios. Esto implicará con toda posibilidad un golpe mortal al Estado neocolonial y racista que se enseñoreara del país, con breves intervalos, desde el siglo 19 para acá.
En cuanto al voto cruzado que ha consagrado a candidatos opuestos a Morales en varias de las más importantes "prefecturas" –alcaidías, municipalidades–, ello no tiene por qué ser, necesariamente, un síntoma negativo: puede estar reflejando un grado de madurez en el electorado que lo hace evaluar a los candidatos no por la pertenencia a una determinada fuerza, sino por sus aptitudes personales y por la confianza que son capaces de inspirar.

Se tiene la sensación de que en América latina se está caminando por una ruta vieja y nueva a la vez. Harán falta memoria, tino y empeño para avanzar por ella. Memoria para recordar las lecciones del pasado, tino para saber evaluar las dificultades del camino, soslayándolas cuando no se las puede enfrentar directamente, y empeño para persistir en un esfuerzo que seguramente será largo y difícil.


VIENTOS EN EL TECHO DE AMÉRICA

<h1><hr><u>VIENTOS EN EL TECHO DE AMÉRICA </h1></u>

Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior – Córdoba – 18 de diciembre de 2005


Ernesto “Che” Guevara, cuya aplicación de la “teoría del foco” elaborada por el intelectual francés Regis Debray lo llevó al desastre, al sobredimensionar las virtudes del voluntarismo como expediente para consumar un proyecto revolucionario, acertaba sin embargo cuando entendía que Bolivia era una de las claves geopolíticas que podían abrir el camino a la integración sudamericana.

Riquísima en minerales y energía, provista de una geografía variada y dramática, ubicada en el corazón del continente, habitada por las masas indígenas más sobre- explotadas en la historia americana y en contacto con las potencias de la región, el valor estratégico de Bolivia es igual a dos cuestiones igualmente contundentes.

Por un lado, la incapacidad de la dirigencia ávida y mezquina que la gobernó durante la mayor parte de su historia.

Por el otro, al abrumador castigo que su población indígena padeció a lo largo de siglos, desde la Conquista hasta promediar el siglo 20, cuando algunos sectores de la pequeña burguesía intelectual y militar intentaron cambiar el estado de las cosas.

Lo lograron apenas de manera parcial y a un costo muy alto, pero las semillas de la disconformidad revolucionaria que arrojaron cayeron sobre un terreno fértil, aunque muy difícil.

Hoy se vota en Bolivia y el candidato mejor perfilado para obtener el triunfo es un heredero de esta turbulenta vocación insurreccional: Evo Morales, un indio de pura raza y expresivo de los intereses del pueblo bajo, a los que conjuga con un decidido anti- imperialismo y nacionalismo que hacen hincapié en la preservación de las riquezas energéticas del país y su aplicación a la generación de unas ganancias que se inviertan en él y no se dilapiden afuera.

Elección y después

No es probable, empero, que las elecciones vayan a resolver las dificultades de la situación boliviana, que en años recientes se han agigantado hasta asumir los contornos de una crisis terminal.

Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS) son la expresión de la insurgencia acumulada en los grupos más sumergidos de la población.

Son, también, su manifestación más razonable, pues están lejos de la utopía pesadillesca de una nación india independiente y soberana, como la auspiciada por el dirigente aymara Felipe Quispe, quien, desde la otra punta del espectro político, viene a coincidir con los separatistas “blancos” del oriente del país, muy interesados en precipitar la segregación de esa parte del conglomerado boliviano para explotar en solitario sus riquezas.

Riesgos y posibilidades

El riesgo de una fragmentación del país es muy real; está abonado no sólo por los factores internos sino también por presiones extranjeras, de origen vario, pero a las que con seguridad no son ajenos los intereses transnacionales que se vehiculizan en las empresas de hidrocarburos. Ellos se mezclan de forma inextricable con los de los planificadores del Pentágono y también, por qué no, con los que eventualmente podrían surgir de una perspectiva mezquina de las cancillerías de Brasilia y Buenos Aires respecto de las ventajas coyunturales que podrían arrancarse de la secesión de algunas franjas del territorio boliviano.

Así están las cosas. No prometen un panorama tranquilizador, pero tampoco debería entendérselas como una condena.

Las situaciones extremas suelen tener como contrapartida la posibilidad de utilizarlas para clarificar un panorama y para proceder a un reacomodamiento que en ocasiones es útil para reordenar las cosas en un sentido progresivo.

La verdad es que las tendencias profundas de Iberoamérica, en el sentido de ir hacia una mayor integración, están tan presentes como las tentativas centrífugas que buscan partirla aun más de lo que hoy está.

Las primeras tendencias se exteriorizan en fenómenos como el Mercosur, la Cumbre de Mar del Plata y la proliferación de hechos políticos que en cierto modo se espejan unos a otros, como puede ser la presencia del Movimiento Etno Cacerista de los militares Antauro y Ollanta Humala en Perú, que enarbola un discurso nacionalista y antiimperialista, con afinidades con el del presidente de Venezuela, Hugo Chávez.

Según las encuestas más recientes, Ollanta Humala estaría en el segundo lugar entre los candidatos a ocupar la presidencia peruana en las próximas elecciones, con altas probabilidades de alcanzar el primer puesto a la hora de los comicios.

Así las cosas, no debe extrañar demasiado que Estados Unidos esté moviendo sus fichas, de las cuales la base Mariscal Estigarribia en Paraguay no es la menor. Tal vez sea hora de que Argentina y Brasil compatibilicen sus políticas y preparen una hipótesis de tormenta.



“FALTA UN PROYECTO REVOLUCIONARIO"

<hr><h1><u>“FALTA UN PROYECTO REVOLUCIONARIO"</h1></u>

Enrique Lacolla

Foto: La Voz del Interior

El periodista Enrique Lacolla se convirtió en el ganador de la segunda edición del Premio provincial

Consagración Letras de Córdoba 2005, que la Agencia Córdoba Cultura entrega cada dos años

en reconocimiento a quienes por su trayectoria se han distinguido “en el mundo de la ideas genuinas”.


Por Emanuel Rodríguez l Especial.
La Voz del Interior – Córdoba – 7 de Diciembre de 2005

En esta ocasión, el homenaje estuvo dedicado al género ensayo, y la elección del autor premiado la realizó un jurado integrado por Roberto Ferrero, Domingo Ighina, Norma Morandini, Diego Tatián y Daniel Teobaldi, quienes designaron, por tres votos contra dos, al ensayista Enrique Lacolla, columnista de La Voz del Interior. El docente y filósofo Gaspar Pío del Corro quedó en segundo lugar.

Lacolla recibirá 10 mil pesos y la Agencia Córdoba Cultura editará una antología de sus escritos, tal como hiciera con Alejandro Nicotra, Premio Consagración 2003.

En diálogo con La Voz del Interior, el periodista y ensayista se mostró sorprendido y halagado por la distinción, y dijo que su carrera (si bien sigue escribiendo casi a diario, se jubiló recientemente y en los últimos dos años publicó dos libros) está pasando, quizá, “por los fuegos del otoño”.

–¿Qué significa este premio para usted?

–Ante todo una sorpresa. Una magnífica sorpresa. No me lo esperaba para nada. No digo que no sintiera que eventualmente podría recibir alguna vez una distinción de este tipo, sino que me parecía improbable y desde luego estaba completamente fuera de mis expectativas actuales. Por supuesto, es un motivo de gran satisfacción y orgullo. Y de agradecimiento, pues supone que lo que uno escribe encuentra un eco tanto entre el público como ante un tribunal nominado específicamente para evaluarlo.

Un otoño agitado

El cine en su época: aportes para una historia política del filme, el anteúltimo libro de Enrique Lacolla, marcó en 2002 el inicio de una tendencia en el mercado editorial cordobés: a partir de la buena repercusión que tuvo, los sellos locales comenzaron a interesarse en la publicación de libros de cine, una categoría que estaba notablemente postergada. Y este año, su firma volvió a estar entre los libros más importantes del año, con El siglo violento: una lectura latinoamericana de nuestro tiempo.

–¿Cómo calificaría este momento de su carrera?

–¿El de los fuegos del otoño, quizá? Desde que me jubilé he podido escribir dos libros que no me animaría a calificar mayores, pero sí como unitarios, provistos de un propósito que hasta cierto punto cierra su parábola narrativa o discursiva dentro de las páginas de la obra. Esto es imposible en el ejercicio cotidiano de la profesión periodística, obligada por el espacio y urgida por el tiempo. Y afortunadamente puedo seguir ejerciendo el periodismo, desde una posición marginal, pero que todavía comporta mucho de la carga de adrenalina que hay en el oficio y que puede llegar a extrañarse.

–¿Cuáles fueron los principales desafíos que le planteó el periodismo?

–Decir rápido, decir bien y decir justo. Y a estas características que podríamos llamar técnicas, hay que añadir otra, fundamental: decir la verdad, en la medida de lo posible. Pues todos sabemos que no siempre es posible hacerlo plenamente, por el imperio de las circunstancias contingentes; pero siempre es factible no mentir. Personalmente, no siempre pude decir todo lo que quería, pero jamás dije lo que no quería decir.

Naufragio utópico

Para el jurado, según afirmó Roberto Ferrero, el premio otorgado supone un reconocimiento al hecho de que el trabajo de Enrique Lacolla ha jerarquizado el periodismo cordobés, en un contexto particularmente marcado por cierta banalización del oficio. Norma Morandini, por su parte, agregó que “el periodismo gráfico busca parecerse cada vez más a la televisión, y en ese camino se pierde profundidad. Los periodistas como Lacolla, que son académicos y al mismo tiempo saben comunicar, son el único camino para que los diarios sigan ofreciendo buena lectura”. Sin embargo, para Lacolla, el problema no parece estar tanto en el ejercicio del periodismo, sino en el contexto en el que ese ejercicio se lleva a cabo.

–¿El periodismo de reflexión está en crisis?

–Lo que está en crisis es la sociedad moderna, y la argentina en particular. Desde hace décadas hay una avalancha de vulgaridad que tiene por principal vector a la televisión, pero a la que no escapan los otros medios. Las raíces del fenómeno son complejas, pero tienen un común denominador: la dependencia económica y cultural del país respecto de unos países centrales, que a su vez experimentan una inflexión reaccionaria como consecuencia del naufragio de la utopía. No hay proyecto revolucionario en el mundo, cuando más falta haría que existiese. El único proyecto es la maximización de la ganancia y esto, en un contexto de debilidad como es el nuestro, tiende a anular el pensamiento.

–En ese contexto, ¿cuál es el desafío del periodismo para el siglo 21?

–Hacerse cargo de lo que acabo de decir. Esto es, reconectarse con el presente y con la historia del siglo 20 en todo lo que tuvo de trágico y magnífico, de espléndido u horrible, para entenderla y retomar el discurso crítico de sus grandes temas: capitalismo o socialismo, revolución o guerra, orden o caos. Si no lo hacemos de motu proprio, me temo que las cosas sucederán automáticamente y de la peor de las maneras posibles.

–¿Qué consejo le daría a un periodista que está comenzando su carrera?

–Que se ilustre. Que aprenda. Que lea –ensayos, novelas, poesía, lo que le guste– y vea cine. Que se empape de la historia de nuestro tiempo. Que se adiestre en el manejo del lenguaje: dominarlo es la única manera de representarse adecuadamente las cosas, de entenderlas y de transmitir persuasivamente el propio punto de vista a los demás. Y que sobre todo se esfuerce en comprender que las cosas no suelen ser en blanco y negro, sino que están llenas de matices. Eso lo ayudará a verse a sí mismo con algo de humor y a navegar por una realidad difícil, resistiéndola, y tal vez contribuyendo en algo a modificarla. Un poquito, aunque más no sea... Y si no lo consigue, al menos habrá dado testimonio de sí mismo.


“DONDE DA LA VUELTA EL AIRE”

<hr><u><h1>“DONDE DA LA VUELTA EL AIRE” </h1></u>

Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior – Córdoba – 27 de Noviembre de 2005
 

Vientos de cambio soplan en el mundo. Están lejos de constituir un huracán, pero dan testimonio de que algo se está agotando y de que se empieza a abrir camino una conciencia de modificar un estado de cosas que viene de décadas y que sólo acarrea hasta aquí sufrimiento, anomia y muerte.

La reunión de Néstor Kirchner y Hugo Chávez en Puerto Ordaz, que supuso el lanzamiento del audaz proyecto de un gasoducto que vinculará a Venezuela con los países del Mercosur, en un momento en que las relaciones del bloque regional con Estados Unidos no pasan por su mejor momento, más la virtual conformación de un eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires, es un dato que no se puede tomar a la ligera, como hacen muchos comentaristas que insisten en el histrionismo del presidente venezolano, el humor atrabiliario del argentino o la escasa disposición de un elusivo Luiz Inácio “Lula” da Silva en el sentido de comprometerse a fondo en la alianza regional. Es evidente que cada mandatario se expresa de acuerdo a sus propios requerimientos internos y también, por qué no, a su propio carácter; pero es obvio también que compromisos de esta envergadura no pueden tomarse sin un acuerdo previo entre los socios del bloque, que por otra parte se apresta a institucionalizar la incorporación de Venezuela a éste, cosa que ya empezaba a estar claramente asentada en los hechos.

Este progreso en la integración latinoamericana es un dato muy positivo, no sólo por lo que representa en el ámbito de la historia de nuestros países, que ven así el diseño (difuso aún) de una perspectiva unitaria frustrada desde la independencia, sino porque, al revés de lo que ocurre, por ejemplo, en las manifestaciones parisinas que han concurrido a dar un toque incendiario a la protesta contra el sistema, están direccionadas de manera racional y pueden ser profundizadas sin promover problemas. Antes al contrario, de su profundización provendría la superación o el comienzo de la superación de esas dificultades.

Pero un síntoma positivo provino también de un lugar y de una constelación política que empezábamos a dar por perdidos. En Israel, Amir Peretz, el jefe de la Histadrut o Central del Trabajo, ha resultado elegido para dirigir el Partido Laborista, venciendo a Shimon Peres.

Este hecho puede tener ramificaciones importantes en la política interna israelí y en la perspectiva de una paz con los palestinos. Peretz tiene ascendencia en inmigrantes judíos de Noráfrica –la misma extracción social, con diferente práctica confesional, de los que protagonizaron los disturbios en París en las semanas pasadas. Esa masa de votantes, que es la menos favorecida desde una faz económica, había sido decisiva para la elección de Menahem Begin al frente del Likud y había contribuido, por lo tanto, a consolidar el núcleo duro del conservadurismo israelí frente al problema palestino. Al bascular hacia la izquierda, podrían determinar el final del predominio de la rica elite askenazi en el laborismo, convirtiéndose así en un hecho dinamizador de una política israelí que ha oscilado entre los accesos expansionistas y una coriácea resistencia a admitir el factor palestino como actor legítimo en el proceso regional.

El factor Bush

Frente a estos sorprendentes movimientos, la cúpula de Washington parece aferrarse al diagrama previsto desde hace años y dirigido a capturar o a implantarse en las áreas estratégicas del globo y a demonizar a quienes no se ajusten a ese programa, barriéndolos del mapa cuando eso resulta necesario.

La última revelación de lo peligrosos que son los métodos que el establishment norteamericano puede propugnar se filtró días pasados en el diario británico Daily Mirror. El cotidiano publicó el “memo” secreto de un coloquio entre George W. Bush y Tony Blair, desarrollado el año pasado, durante el cual el mandatario norteamericano le expresó a su par inglés que quería atacar la central de la televisora independiente árabe Al Jazeera, en su sede central de Qatar. El premier británico lo habría disuadido alegando la gravedad de las consecuencias que semejante acto podía acarrear.

Por cierto que luego se pretendió hacer pasar las expresiones de Bush como un rasgo de humor, señalando que no eran sino una broma; pero, conociendo los antecedentes que en esa materia se han producido en estos años, los periodistas de la famosa cadena árabe no deben sentirse muy seguros dentro de su piel.

Convengamos en que la prepotencia no es la mejor forma de enfrentar los retos de un mundo cambiante. Tal vez los síntomas que reseñamos dan la pauta de que se empieza a reaccionar de manera saludable frente a ellos.


"EL SIGLO VIOLENTO"

<hr><h1><u>"EL SIGLO VIOLENTO"</u></h1>

EN EL MARCO DEL HOMENAJE A FORJA SE REALIZÓ EL ACTO DE PRESENTACION DE "EL SIGLO VIOLENTO" DE ENRIQUE LACOLLA, EL SEGUNDO LIBRO DE EDICIONES CAMINOPROPIO. PRESENTARON EL LIBRO, ANTE 50 COMPAÑEROS Y AMIGOS PRESENTES, FRANCISCO PESTANHA  DE PENSAMIENTO NACIONAL, ALBERTO GUERBEROF DE CAUSA POPULAR Y ENRIQUE OLIVA DEL INSTITUTO MALVINAS. A CONTINUACION REPRODUCIMOS LAS PALABRAS QUE DIRIGIO ENRIQUE LACOLLA.

 

Difusión: Causa Popular

 

 

Como lapso histórico, el siglo XX dura todavía, si nos atenemos a los datos que configuran el movimiento del mundo desde 1914 hasta la fecha. Más que nunca vivimos en la era de la guerra mundial, aunque en la larga y revolucionaria andadura de estos años hayan surgido y caído regímenes y se haya articulado una superpotencia hegemónica que aparentemente ha emergido victoriosa de la polémica entre ideologías, sistemas económicos y poderíos militares.

Estados Unidos se postula abiertamente a la supremacía global, tras el naufragio o el eclipse de sus rivales a lo largo de un siglo. La Alemania del káiser Guillermo y de Adolfo Hitler, el Japón del Mikado, la Unión Soviética y, último pero no el menos importante, el Imperio Británico. Que al comienzo de esta larga disputa era primus inter pares, pero que se agotó en el largo esfuerzo realizado por conservar su puesto y cuya matriz original, la Gran Bretaña, se resigna ahora a fungir de adláter de la megapotencia.

Hasta el momento el único ganador de este torbellino, en términos absolutos, es Estados Unidos. Pero el ser ganador en las condiciones del mundo actual, plantea el peligro de creer que esa victoria puede ejercerse en provecho propio. Y no es así. Los problemas que aquejan al mundo aun son más devastadores que en 1914, sólo que no hay vectores nacionales o sociales que puedan asumir el reto de pretender resolverlos por cuenta propia. Ni siquiera Estados Unidos, pese a su musculatura.

Acaparar una victoria, en efecto, no siempre significa resolver los problemas que llevaron a la guerra. Un planeta dividido entre ricos y pobres, entre naciones bien provistas, y otras indigentes o miserables; donde la riqueza se concentra cada vez más y la pobreza se expande cada vez más rápido; recorrido por dilemas morales que giran en torno de la bioética, acosado por el espectro del hambre a pesar de sus enormes riquezas, con problemas crecientes de abastecimiento energético y de deterioro ambiental, con una progresión demográfica que desde el mundo sumergido golpea a las puertas del mundo desarrollado; con enormes problemas de representatividad política que establecen a su vez un campo de elección para la proliferación de las conspiraciones oligárquicas y de los credos fundamentalistas que reaccionan contra la crisis de identidad que resulta de este vacío…, este mundo es una bomba de tiempo.

Sólo conociendo lo que nos ha traído hasta aquí, es posible empezar a representarse cuáles pueden ser las salidas de este laberinto. No podemos hablar de modelos hechos; todo tiene que hacerse a partir de ahora. Pero partir de aquí no supone desconocer lo que nos ha precedido y nos ha traído adónde ahora estamos, sino entenderlo puntualmente.

La información que nos brinda la historia oficial de nuestro tiempo está, al menos en lo referido al material que se arroja para el consumo de las masas, afligida de una distorsión que se funda en la confección de verdades hechas, sacrosantas, contra las cuales es imposible rebelarse a menos arriesgar la calificación de totalitario, fascista, antisemita, comunista o, simplemente, autoritario. En el campo de los estudios académicos no siempre la situación es mejor: hay un temor cerval a irrumpir con posturas que de alguna manera tiendan a modificar los lugares comunes de la versión "democrática" de la historia –en la acepción que el establishment da al término democrático, es decir, la de una representatividad donde lo que cuentan son los representantes y no los presuntamente representados. Condenados, estos, a elegir entre fórmulas que difieren en la superficie pero jamás en el fondo, que sostienen la infalibilidad del mercado y del laissez faire, cualquiera sea el costo que su mantenimiento suponga para quienes no están en condiciones de dirimir fuerzas con los gigantes de la economía mundial.

Este es el panorama, que repropone, a una escala incomparablemente superior, la inviabilidad del sistema capitalista tal como lo conocemos, devolviéndonos a la época de las grandes propuestas para derrocarlo o, al menos, modificarlo radicalmente.

Se dirá que ahora no hay un proletariado operante, que esté en condiciones de gravitar políticamente para estrangular al sistema a través de la huelga o, eventualmente, la insurrección revolucionaria. Es cierto. Pero deberíamos tomar en cuenta que, en el pasado, ese proletariado no operó por cuenta propia sino que, en todas las ocasiones, su espontaneidad hubo de ser canalizada por partidos de extracción en esencia pequeño burguesa, cuya operatividad fue henchida por las masas obreras y campesinas, carentes sin embargo de una vocación de poder arraigada tal como lo era la de la burguesía.

Esas masas, en definitiva, apuntaban muy natural y legítimamente a configurarse como un estrato propietario, a convertirse en clase media, en el caso de los proletariados urbanos; y, en el de los países sometidos al coloniaje, a acceder a esa dignidad a través de una revolución nacional que sacudiese el yugo extranjero.

Hoy, tanto el proletariado como la clase media y las sociedades dependientes, están sometidos a la presión del imperialismo más anónimo que imaginarse pueda; pero que de alguna manera recibe el contrachoque de ese anonimato en la forma de una conducción irresponsable, incapaz de forjarse una idea de equilibrio y entregada a una especie de dinámica preventiva originada en cálculos mecánicos mucho más que en una evaluación racional de las cosas.

La "guerra preventiva" que los planificadores del Imperio enarbolan como sistema para demoler no sólo a las oposiciones que encuentran en su camino sino para preparar la aniquilación de sus potenciales rivales, es simbólica de esta manera inhumana de calcular las cosas. El arte, que suele prodigar anticipos muy reveladores de las corrientes subterráneas que trabajan a la cultura, un par de décadas atrás ya estaba pronosticando el advenimiento de esta era de monstruos que se está inaugurando, a través de un filme de gran éxito: Terminator, donde las máquinas, que se habían adueñado de las palancas del poder, habían condenado a la entera raza humana al exterminio en razón de su incapacidad para seguir las normas automáticas –es decir, inhumanas- del cálculo electrónico.

Más que una ironía, es una confirmación de la pertinencia de ese anticipo el hecho de que el actor que personificaba al robot asesino en esa película, se haya convertido en el actual gobernador de California.

Los Bush, Reagan, Schwarzenegger, son exteriorizaciones de la máquina, fantoches parlantes de un régimen deshumanizado que prosigue ciegamente un camino dictado por el criterio de la maximización de la ganancia y por un social darwinismo que propugna la supervivencia de los más fuertes, sin atender al delicado hecho de que esa fortaleza no es tanto el resultado de la selección natural, sino más bien la consecuencia de prácticas predatorias cultivadas durante siglos y que si bien han hecho avanzar al mundo, lo han llevado al borde un abismo donde esos métodos deben ser revisados si no se quiere que nos arrojen a él.

Hay que tener en cuenta que el capitalismo está agotando los recursos naturales del planeta sin tener todavía los recursos para desarrollar fuentes energéticas alternativas y sin una clara capacidad de frenar el deterioro ecológico, como no sea apelando al control manu militari de las reservas que quedan y a la coerción o el avasallamiento de los países y pueblos donde estas se encuentran. Lo que naturalmente promete una catarata de problemas de consecuencias imposibles de pronosticar.

Generar alternativas a este estado de cosas es por lo tanto imperioso. Pero sólo se podrá descubrirlas andando. La generalización de un "cognitariado" –es decir, de una infinidad de personas capaces de lidiar con la tecnología y de decodificar sus pautas, es esencial a este proceso y también connatural a él, pues es lo único que puede dotar de linfa a los conductos por los cuales circula el conocimiento. Pero esta generalización implica también un previo desarrollo de las potencialidades culturales, intelectuales, sociales y productivas de los países que se encuentran bajo la férula del sistema imperialista.

Este desarrollo, a su vez, sólo puede lograrse continuando las luchas que distinguieron al inmediato pasado en su doble dimensión: la que nos afectó directamente y la que lo enmarcó desde una circunstancia externa. Conocer estas coordenadas resulta, por lo tanto, un expediente indispensable para ir forjando las armas de la liberación. La máquina de desinformar e incomunicar hace de la distorsión de la historia un recurso para el desarme intelectual y político de las jóvenes generaciones. El maniqueísmo, la "macchietta" biográfica, el reduccionismo y la versión made in Hollywood de los fenómenos de la historia contemporánea, se dan la mano con una versión pasteurizada del progresismo, que lo entiende no ya como un combate por la revolución social, la liberación nacional y la solidaridad humana, sino más bien como un expediente para salvar a las minorías "transgresoras"; para propagandizar una liberación de las costumbres que se parece demasiado al hedonismo y para generar conflictos secundarios que tapen con su ruido las grandes contradicciones fundamentales: capitalismo y socialismo, dependencia y liberación nacional, políticas hegemónicas de poder y luchas por la liberación de las masas postergadas y explotadas.

El libro que presentamos hoy quiere ser una síntesis de los acontecimientos que han dominado el siglo XX puestos bajo la luz de esta problemática fundamental. Para ello he intentado seguir el hilo rojo de los fenómenos más ostensibles de una historia "evenemencial" tan dramática como catastrófica, tan explosiva como llena de posibilidades de hacer el bien o el mal a manos llenas. La guerra del ’14 como apertura a las tempestades del mundo moderno, la tregua significada por el período de entreguerras, la reproposición del conflicto por el poder mundial y su definición entre 1939 y 1945, el nuevo antagonismo surgido de esta; la manifestación del reclamo de los pueblos coloniales y dependientes (proyección global y magnificada de la escisión en clases del mundo desarrollado); y, por cierto, la forma peculiar que este combate adopta en nuestra parte del mundo. En esta América latina que todavía no termina de encontrarse pero que cuenta, a pesar de todos sus inconvenientes, con un capital inapreciable en el mundo de falsas contradicciones étnicas al que nos están llevando: su capacidad de asimilación racial y de mezcla cultural.

Este tesoro es fruto del carácter aluvional de la conquista, colonización y mestizaje que estas sociedades vivieron y siguen viviendo, y donde es factible reconocer, como lo señala Arturo Uslar Pietri, una serie de factores que se influyen mutuamente a lo largo del tiempo. Entre ellos la fusión de los españoles con las distintas civilizaciones indígenas, el aporte de los esclavos africanos, las varias oleadas inmigratorias que se aposentan en estas playas y el espacio, el espacio americano, que propone paisajes, climas y accidentes geográficos muy variados en una tierra sin confines, que por este mismo carácter de apertura infinita predispone a la libertad y a la asimilación de lo nuevo.

Como en toda síntesis, es infinitamente más lo que ha quedado afuera que lo que ha entrado en este libro. Pero, dentro de este obligatorio límite, espero haber dado en el clavo y haber construido un relato útil, sobre todo para los jóvenes, de esta época que nos arrastra y que contiene todas las expectativas paroxísticas y las condenas de la maldición china que reza: "ojalá te toque vivir en una época interesante".

Y bien, somos patriotas de nuestro tiempo y, en medio de tanta convulsión y en el subibaja de la historia, agradecemos poder combatir todavía en esta batalla.


ILUMINADOS POR EL FÓSFORO

<H1><hr><u>ILUMINADOS POR EL FÓSFORO </h1></u>

Por Enrique Lacolla

La Voz del Interior - Córdoba

20 de Noviembre de 2005

Irak sigue siendo noticia. Y, a decir verdad, con justificación, pues allí se ventila mucho de lo que está en juego en el mundo de hoy y se experimenta un tipo de guerra que, según lo confiesan los mismos analistas de Estados Unidos, va a distinguir las confrontaciones militares por largo tiempo.

El general John F. Kimmons, jefe de los servicios de inteligencia del Ejército norteamericano, por ejemplo, no se recata en decir que, más allá de lo que acontezca en Irak o Afganistán, la lucha contra la insurgencia (que él califica de terrorista y fundamentalista) va a seguir por muchas décadas más en otras partes del mundo.

Resulta obvio que la “guerra infinita” que proclamaba el presidente George W. Bush inmediatamente después del 11-S, está en marcha y no habrá de detenerse.

Quizá sea hora de hacer las cuentas con esta perspectiva, pues ella no tiene visos de modificarse, cualquiera sea la opción política que se imponga en el Imperio. A menos que algún contratiempo de veras serio afecte a fondo la base social en la que se apoya su establishment y mine desde adentro la política hegemónica en que se ha embarcado.

El mismo general Kimmons, en un reportaje publicado por la National Defense Magazine, entiende que será una lucha larga y difícil y pretende que la clave para vencerla es un cambio radical en la concepción de la cadena de comando, que debería mutar de su actual verticalidad a una estructura horizontal.

En ésta, las decisiones se tomarían a nivel de pelotón o de sección, a partir de una red informática horizontal (flat network) que mantendría la comunicación entre las pequeñas unidades y les consentiría adoptar resoluciones de manera independiente y casi instantánea respecto de un objetivo fluido y en permanente movimiento, al que resulta difícil fijar en el campo de batalla.

El jefe norteamericano hace hincapié en la habilidad de los resistentes iraquíes para aprender de su enemigo y para aplicar las filmaciones de combate a la propaganda y al aprendizaje táctico, mientras aprovechan las posibilidades de Internet para intercambiar datos y para configurar un mensaje político y religioso que vulnera las barreras de los medios de comunicación comerciales, consintiéndoles elaborar un contradiscurso que rebate al discurso dominante.

Se trata de “un enemigo que inspira respeto, persistente y comprometido”, concluye.

Esta exposición, impregnada de un frío realismo militar, debería compararse con los análisis de otros comentaristas, que estiman por lo bajo a la resistencia iraquí, conceptuándola como muy inferior a la que se produjera en Vietnam.

Estos análisis deducen que el movimiento insurreccional está condenado, porque carece de importantes apoyos externos, no tiene una dirección y un objetivo únicos, no posee una ideología que aglutine de manera racional a sus militantes y se encuentra desprovisto de móviles modernos.

Todo esto es verdad, hasta cierto punto. En efecto, no hay muchas probabilidades de una victoria que pueda compararse a la obtenida por Ho Chi Minh y sus continuadores en el sudeste asiático.

Pero, ¿no será justamente la falta de comando único, la dispersión ideológica y celular de los militantes contra la ocupación y, a pesar de esto, su habilidad para manipular la tecnología, lo que les permitirá adaptarse a las condiciones de la “guerra infinita” que preconiza el sistema?

Viejas prácticas

En oposición a lo predicado por Kimmons, los procedimientos en batalla del ejército norteamericano no desdeñan los elementos menos sutiles y más brutales de la acción militar.

Las denuncias sobre bombardeos con fósforo blanco sobre objetivos iraquíes vienen a sumarse a las efectuadas sobre los centros de detención clandestinos en Europa oriental, donde se torturaría y quizá se haría desaparecer a los militantes islamistas.

El fósforo blanco sirve tanto para iluminar como para incinerar. Nada lo apaga y arde hasta que se consume. En realidad, es un arma que tuvo un uso extensivo y terrible durante la Segunda Guerra Mundial, durante la cual los británicos la emplearon de forma indiscriminada contra Alemania y los estadounidenses contra Japón.

Las “tormentas de fuego” que consumieron Hamburgo, Dresde y Tokio –y a gran parte de sus habitantes– fueron generadas por ese elemento.

Curiosamente, Adolfo Hitler, que tenía cierta debilidad por el Imperio británico, se abstuvo de usarlo contra Londres, cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, en 1940. Quería pactar con Inglaterra. Después, ya le fue imposible.

Nada permite suponer que la barbarie de los tiempos modernos vaya a menguar. Venimos de un siglo de guerras. Y la guerra seguirá siendo el reaseguro del sistema.


EL BUMERÁN DEL GUETO

<hr><h1><u>EL BUMERÁN DEL GUETO</h1></u>
Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior – Córdoba – Argentina
Miércoles 16 de Noviembre de 2005

Los desórdenes que se producen en París pueden, en cierto sentido, resultar gratificantes para nosotros, que solemos padecer de una manera de pensar el mundo que pone a Europa (o, más genéricamente, al Occidente desarrollado) en un pedestal. Esa admiración se da la mano con cierto desprecio o con un resignado escepticismo acerca de las posibilidades que tiene nuestro país o el conjunto de América latina en el sentido de acceder a niveles tan extremados de civilización y/o eficiencia.

A pesar de que el Occidente ha exhibido muchas veces características odiosas, cierto esnobismo cultural en el país tiende, de forma consciente o inconsciente, a aprobarlo como un todo.

Ahora bien, aunque son obvios los aportes que la civilización occidental ha realizado a la humanidad, así como también son ostensibles e innegables los lazos de sangre y cultura que nos unen a ella, también es verdad que América latina representa una realidad diferente y, en algunos aspectos, más benévola que la de esa realidad trasatlántica que tanto nos fascina.

Ello no significa que esta parte del mundo esté exenta de contradicciones. Todo lo contrario. La brutalidad de los desniveles sociales y la situación de dependencia económica en que nos encontramos incuban problemas muy grandes.

Sin duda favorecidos por la disponibilidad de espacios enormes y semivacíos, la fluidez social y el mestizaje (a veces vergonzante, pero capilarmente difundido) que han distinguido a nuestra trayectoria histórica, se configuran hoy como un dato a tener en cuenta en un sentido favorable. Gracias a ese rasgo de carácter, en efecto, hoy, cuando las migraciones amenazan hacerse imparables y la xenofobia y el racismo pueden convertirse en los detonadores de una inclemencia social, política y en última instancia militar, esa faceta de la crisis contemporánea, quizá, nos será ahorrada.

El sistema mundial, preso en la contradicción insanable que anida en su naturaleza más profunda y que deviene de su irremediable pulsión a la acumulación desigual y a la concentración de la ganancia cualesquiera sean las consecuencias, no puede evitar el abandono en que deja a masas cada vez más grandes, ni la confusa rebelión de estas, poco proclives a resignarse a la condición de parias en un mundo hipercomunicado, donde todo está al alcance de la vista aunque no de la mano, y donde se pretende que la globalización sea en un solo sentido.

Esto es, tan sólo a través de un flujo de capitales que trastoca las coordenadas sociales en todo el globo, mientras se pretende atar en su lugar a millones de personas que sólo pueden huir de su desesperada condición trasladándose a los lugares donde presumen pueden escaparse a la miseria.

La doble ecuación

En la tormenta que se ha desatado por París, y que amenaza expandirse a los suburbios de otras ciudades europeas, está presente una doble ecuación.

Por una parte tenemos la manifestación de uno de los hechos más duros de la vida contemporánea: la ciudad ha dejado de ser sinónimo de comunidad, para convertirse en un lugar sembrado de baluartes incomunicados, determinados por la exclusión social y por el miedo que causa esa misma exclusión a quienes escapan a ella y se refugian en otro tipo de exclusión, la del privilegio que se atrinchera en barrios cerrados.

Esta exclusión es potenciada por el peso de la historia. Los disturbios que sacuden a la capital francesa son la secuela o el rebote de la colonización africana perseguida por Francia durante más de un siglo y perpetuada, incluso después de la guerra de Argelia, por la asociación desigual entre la metrópoli y sus viejos territorios de ultramar.

El fenómeno no es sólo francés, desde luego: toda Europa es en este sentido un campo minado, y también lo son los Estados Unidos, donde la presión de la migración latinoamericana y la presencia de una importante población negra que ha sido asimilada de manera superficial, configuran un panorama explosivo.

La mayor parte de las ciudades de Francia alojan hoy minorías árabes y negras procedentes de los países del Magreb o de Camerún o la Costa del Marfil. Lo mismo pasa en gran parte de las ciudades europeas, con la diferencia de que en estas la proveniencia de los inmigrantes se da a partir de los territorios colonizados en su hora por Italia, España o Inglaterra. En Alemania, que no dispuso de colonias a partir de 1918, la oleada inmigratoria es en general de origen turco o de Europa del este.

En el caso francés esas comunidades inmigrantes se encuentran aisladas en guetos suburbanos, donde en ellas hacen mella el desempleo, la delincuencia que suele ir asociada a esa situación y una segregación implícita que alcanza incluso a los descendientes franceses de los primeros inmigrantes que arribaron al lugar. La discriminación está instalada incluso en el lenguaje de la sociedad blanca, en el cual beurs y blacks son denominaciones de connotación peyorativa –como “moros” y “sudacas” en España–, y reconfirman la calidad de ciudadanos de segunda que corresponde a sus portadores.

En esas masas de individuos socialmente desajustados, y muy en especial entre los jóvenes, la violencia que se ejerce contra los pueblos árabes en el Medio Oriente de parte del complejo imperial y la reacción confusa, pero destructiva, que protagonizan el fundamentalismo y los movimientos de resistencia radical, no puede dejar de hacer su camino.

La intolerancia al estado de cosas no aguardaba más que una chispa para manifestarse. Esta fue suministrada por la muerte accidental de dos adolescentes franceses de origen árabe que se refugiaron en una estación de alta tensión para escapar de la policía y murieron electrocutados.

París siempre fue un foco de irradiación revolucionaria, desde 1789 a 1968: ¿estaremos frente a los prolegómenos de otra aventura histórica?

Una encrucijada difícil

Conviene conservar los pies en la realidad, pero de cualquier manera los sucesos parisienses y su proyección están poniendo de relieve lo inconfortable y precario de una situación que no sólo afecta a los sectores menos privilegiados, sino que puede también llegar a comprometer la estabilidad del conjunto del mundo desarrollado.

En efecto, ¿qué hay de un movimiento contestatario que se impregne de las consignas agitadoras que han distinguido a la izquierda europea y apele al arma de la huelga para canalizar su acción? Aunque realizan trabajos no calificados, los europeos de segunda son indispensables para tratar la basura, remover los residuos patógenos, servir en los geriátricos, atender los servicios públicos, trabajar en la construcción y proveer al servicio doméstico.

Aun en su condición subordinada, la mano de obra primaria de una sociedad desarrollada es esencial, en especial cuando la tasa declinante de la natalidad entre los sectores mejor situados y el rechazo de los miembros de la sociedad blanca a volver a desempeñarse como trabajadores manuales va reduciendo su presencia demográfica o los torna dependientes de otros.

Esto no se resuelve con expedientes militares. Ni frenando el ingreso de nuevos inmigrantes.

El sistema mundial está encerrándose en un callejón sin salida. La presión de la financierización, la puja especulativa, la concentración de la riqueza, la homogeneización de la industria cultural –que agrede a las singularidades identitarias y al mismo tiempo, en razón del desnivel de hierro instalado por la acumulación desigual entre periferia y centro, les impide acceder a esa misma homogeneización–, van componiendo un todo explosivo que sólo podría perder virulencia si se modificara el sistema.

Esto no es probable, o al menos no lo resulta a partir de las evidencias de que disponemos hoy. Por el contrario, el incremento de la agresión, la militarización de la política en el Medio Oriente, las disposiciones puramente securitarias adoptadas para enfrentarse a la situación –como el toque de queda–, están preanunciando tormentas mucho más fuertes que las que se han producido hasta ahora. Es tiempo de “tsunamis”.