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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado


RIQUEZA Y MISTERIO DE BUENOS AIRES

<hr><h2><u>RIQUEZA Y MISTERIO DE BUENOS AIRES</h2></u> Abel Posse

Mi Buenos Aires. Tu Buenos Aires. Nuestro Buenos Aires. La Ciudad se conjuga con cada uno de sus protagonistas. Hay tantas Buenos Aires como vivencias individuales.

Incluso ahora, en tiempo de miseria, penuria y dolor, sigue creciendo su prestigio de fascinación. Esta ciudad sin palmeras, pirámides o playas rientes, logra seducir con su misterio. Tiene carisma. Miles de turistas la acosan. Es destino preferido de diplomáticos de todo el mundo. Podríamos decir que es una de las cinco o seis urbes capaces de ejercer una misteriosa devoción, de segregar su leyenda.

A diferencia de las ciudades de belleza evidente, como Río de Janeiro, el poder atractivo de Buenos Aires es inefable. ¿Dónde situarlo en estos tiempos de sombríos cartoneros que parecen condenados de un nuevo círculo dantesco, en estos años de indefensión urbana, de agresividad, crimen y peligro?

Esa calle Corrientes, roñosa, con sus veredas quebradas y el desaliño de sus edificios desparejos, ¿cómo puede seguir reteniendo algún interés?, ¿qué extraña metafísica planea sobre el desorden urbano?, ¿qué indicarle o señalarle al entusiasmado turista que bajó del avión?

No es ciudad para turistas. El turismo apenas se desliza sobre lo afamado o lo evidente, desde el Taj-Mahal hasta la Plaza de San Marcos. Buenos Aires parece hecha para viajeros lentos, para descubridores de gestos inesperados, para quienes son capaces de observar la discreta fuga de un gato por la pared baja con malvón y jazmín del país.

Para los porteños, más allá de lo tanto perdido, ganado, padecido o gozado, Buenos Aires es un ser vivo, un marco insoslayable. Una presencia indirecta, de madre regando en el jardín, de amigo desolado en una mesa de café.

Los que vienen de Europa hacia nuestro profundo sur encuentran un bastión marginal de su propia cultura. Una Europa exterior. Una Europa desvencijada. Un Shangri-La en los confines de Occidente.

“Insoportable, nadie podrá componerla. No tiene arreglo”, dijo Le Corbusier cuando la visitó. Escándalo para urbanistas, sin embargo tiene ese encanto de ciertas callejas de Nápoles, de Roma, de París. Carece de la monumentalidad de Manhattan, pero destila iguales blues de angustia y de inesperadas alegrías. Rilke decía que toda gran ciudad es un hecho contra natura. Buenos Aires nació como un acto de voluntad. La Ciudad empujó al país tradicional, alteró con sus angustias y su fuerza la siesta sudamericana. Sin Buenos Aires, la Argentina entera carecería de profundidad. Hay en sus calles mucho dolor y esperanza de inmigrantes, muchas generaciones que aspiraron a lo mejor, muchos sueños de poetas, carreristas, inventores, erotómanos, revolucionarios, chicas que dejaron el percal y buscaron el Centro. Alegría de tierra prometida, dolor de ilusión perdida. El tango es el verdadero corpus poético que la describe cabalmente. El tango es la caja de resonancia de un particularísimo sentido trágico de la vida (o de la vida como insignificancia y desilusión de efímeros triunfadores).

Incluso el tango for export del actual auge, con sus coreografías falsas y bailarines atléticos, sigue transmitiendo la esencia de la Ciudad. Todo porteño lleva en el alma dos compases o dos versos de tango que lo sitúan en los días de la infancia perdida, en la exaltación del primer amor o del primer fracaso.

El tango. Un silbido en la noche alta, unas notas que caen de una ventana o iluminan de nostalgia el viaje en taxi. Siempre está a lo lejos, en lo profundo, en el margen, en la más rigurosa intimidad.

Buenos Aires de las fruterías abiertas en la madrugada, de librerías de urgencia metafísica extrema, de bobería de fútbol y de domingo arruinado por las disonancias de locutores vulgares. Buenos Aires, hacia Recoleta, va de francesa a colonial; de las meditaciones de Ortega por la calle Quintana, enamorado de una patrona de estancia, a los gomeros que Severo Sarduy consideraba asombrosos dioses vegetales.

El sino y el signo de Buenos Aires es la creatividad, el talento, una persistencia y recóndita mirada de nostalgia. Es la alegría del encuentro de amor. Es sus mujeres, deliciosas, elegantes, juguetonamente perversas, complicadas hasta el freudismo.

Es también la torpeza y la incapacidad políticas como un destino incesante. El destino de un Sísifo sureño.

En Praga y en Venecia, aprendí que hay ciudades con otra dimensión. Tal vez en esto se centre ese inexplicable atractivo de Buenos Aires. Y creo que más que en el Barrio Norte o en la Recoleta, es internándose por las calles empedradas, Buenos Aires adentro, donde aparecen los signos de su encanto. Sábato situaba la particularidad de Buenos Aires en esa profundidad de barrio, enriquecida por tantas razas y sensibilidades quebradas. Españoles, criollos, italianos, alemanes, judíos askenazis, ucranios, fueron dejando en esas calles su alma perdida, su nostalgia, los logros y desesperanzas.

Calles arboladas en siesta de verano. Calles de Evaristo Carriego, de improbables malevos de Borges. Cuchilleros de letras de tango, prostitución a destajo y la amoralidad chic de los años treinta con aquellas mujeres de fabulosas espaldas desnudas y boquillas a lo Pola Negri en el Armenonville, el Royal Pigalle y después el Tabarís. La elegancia de una burguesía que se cargó a Europa por asalto, a golpes de cultura. Y luego, el Buenos Aires de los cafés donde el respetado era el inteligente, el soñador. Las mesas de Arlt, de Discépolo, de Eva Perón y sus amigos del teatro. El Buenos Aires de los exiliados españoles y de todo el mundo, desde Ramón Gómez de la Serna, con su pipa en el Edelweiss hasta Gombrowicz a las cuatro de la tarde en la vacía confitería del Rex esperando a Sabato, o a su partner para el ajedrez.

Las calles largas que se abren hacia Flores, Villa Crespo, Colegiales y el espanto del cementerio... Calles custodiadas por la disciplinada legión de plátanos o de tipas, sahumadas en la primavera por el jazmín de las macetas. Las paredes bajas que domina aquel gato que se dijo y que nos mira fijo, durante un instante, para luego desaparecer en su reino de sombra.

Si el viajero pudo iniciarse en el misterio de esas calles infinitas, puede estar seguro de llevarse su Buenos Aires, el personal, para siempre.

Nuestra América era en 1880 un desierto insignificante. Buenos Aires, por entonces, un aldeón con más adobe que ladrillo, con más lapacho que metal. Un extraño daimón, una misteriosa voluntad de ser la sacudió y la arrebató del placer soso de la siesta colonial.

Misteriosamente se le ocurrió ser. Ser la puerta abierta al mundo ofreciendo la nada del desierto como posibilidad para todos. Ya en 1910, apenas en tres décadas, se asombraron los europeos, desde la infanta Isabel hasta Clemenceau. El Congreso, el Colón, los hospitales, los palacios de la avenida Alvear, los bosques de Palermo, el hipódromo con los fracs, las capelinas y las galas de Longchamps en aquel 9 de Julio triunfal.

Buenos Aires ya lanzaba su mitología propia. Esa voluntad de poder se plasmó en un cosmos entrañable de la Ciudad. Su sola presencia nos debería dar la energía que necesitamos en este mal paso histórico en el que nos hemos metido. Tenemos una amiga poderosa. Una gran amiga que no tolera la queja ni la flojera.

1 comentario

Jacques -

Miren amigos que encontré en la descripción de Abel Posse una verdad incontestable. Buenos Aires es realmente todo eso y mucho más. Posui una magia indescritible. Buenos Aires hace justícia a la fama de mayor capital de Europa. Tiene estilo, lágrimas y sonrisas. Es misteriosa e encanta al forastero con sus cafes, con sus bares y restaurantes, con sus teatros, con sus lebrerias... . Es sobria e al mismo tiempo generosa. El porteño apesar de la fama de engreído es persona simples y juguetona. Santuário de cultura es una de las ciudades que más recibe extrangeros para congresos, seminarios y eventos culturales de toda suerte.
Amo Buenos Aires.
Jacques (desde Brasil)