AMÉRICA LATINA: LA PATRIA INCONCLUSA (III)
Andrés Solíz Rada - Tercera y última parte
Globalización y Ongs
El panorama apretadamente descrito está encubierto por la palabra globalización, que no es otra cosa que la acepción moderna del imperialismo. Según los globalizadores, los Estados nacionales están en decadencia, de manera que la pasada dependencia de los países sometidos ha sido reemplaza por la interdependencia entre todos los países del mundo. Quienes formulan esa aseveración, deberían responder esta pregunta. ¿Alguien ha visto que al producirse fuga de capitales de Rusia, Argentina, Brasil, México o Japón, estos huyan a Tanganica, Haití o Bolivia? ¿No es acaso evidente que esos dineros fugan indefectiblemente a los centros de poder mundial? No es verdad que los Estados nacionales estén en proceso de decadencia en todas partes del mundo. Es cierto que agonizan en muchos países periféricos, sobre todo a partir del denominado Consenso de Washington, de 1989, pero es evidente, asimismo, que los Estados de los centros de poder mundial son cada vez más poderosos y que la globalización es el taparrabos de las grandes potencias para ejercitar sus políticas de siempre.
Sobre esa supuesta interdependencia, el Financial Times, del 10 de mayo de 2002, informó que de las 500 compañías más grandes del mundo, casi todas son norteamericanas o europeas. Al desglosar el concepto, indica que el 48 por ciento de las empresas y bancos más importantes del mundo, son de Estados Unidos y 30 por ciento de la Unión Europea. Sólo el 10 por ciento restante pertenece a Japón. En otras palabras, casi el 90 por ciento de las corporaciones más grandes del mundo, en industria, banca y comercio, son estadounidenses, europeas y japonesas. El poder económico se concentra en estas tres unidades económicas geográficas, y no en conceptos vacíos como Imperio, sin Imperialismo o en corporaciones multinacionales sin territorio, como dice el italiano Antonio Negri. (Página 12, 5-06-02). El sometimiento de las colonias y semicolonias sería incompleto sino alcanzara a la mente de los dominados. Se ha dicho, desde hace tiempo, que las periferias envían materias primas a las metrópolis, a cambio de lo cual, reciben análisis periodísticos. Ese criterio aún tiene validez, siquiera parcial. Ha sido Pierre Bordeau quien ha explicado que, en el pasado, los grupos de poder manipulaban a la opinión pública ocultando y restringiendo información. Ahora, en cambio, la desorientan con exceso de información. Los medios de comunicación, cada vez más poderosos, tienen tal poder para confundir al receptor que, no pocas veces, éste es incapaz de distinguir los bombardeos a Irak o Afganistan de una película de ficción sobre las futuras guerras en el espacio. El retroceso de la libertad de expresión puede ser advertido, a nivel mundial, al comparar, desde el punto de vista informativo, la guerra de Vietnam con las de Irak. La de Vietnam fue objeto de amplia cobertura noticiosa. Como puede recordarse hojeando publicaciones de la época, en Vietnam hubo periodistas de medios escritos, radiales y televisivos de una enorme cantidad de países, que tenían enorme libertad de movimiento. Debió ser, además, la guerra en la que los reporteros gráficos lograron tomar fotografías admirables y filmaron documentales que seguirán siendo admirados por las próximas generaciones. El ejercicio de la libertad de información redundó en la publicación de reportajes, entrevistas, crónicas, análisis y críticas inscriptas en el más amplio espectro democrático. Sin embargo, el resultado fue el fortalecimiento creciente de corrientes de opinión contrarias a la guerra, que debilitaron la moral de los invasores. La lección fue aprendida por la Casa Blanca, ya que en las guerras contra Irak impuso férrea censura. Salvo minúsculas excepciones, el mundo fue informado a través de la CNN, digitada, obviamente, por el departamento de Estado. Esa misma CNN es la que orienta, con sutileza es cierto, acerca de elecciones en Uruguay, Chile y El Salvador, y nos dice, así sea de manera subliminal, cual debería ser nuestro candidato favorito.
Es obvio, finalmente, que las transnacionales, al debilitar al máximo a los Estados nacionales de las periferias, han dejado vacíos que el capital financiero foráneo no tiene interés de llenar. Este detalle permite entender el por qué las obligaciones sociales, o en salud, educación y otras, desatendidas por gobiernos sumisos, están ahora a cargo de Organizaciones No Gubernamentales (ONGs). Llegó un momento en el gobierno nacional que era tan grande la dificultad de saber cuantas ONGs operaban en Bolivia, que se resolvió contratar
a otra ONG para que hiciera ese trabajo. Las ONGs operan en Bolivia, y creo que en otros países vulnerables de América Latina, con tal grado de descontrol que se ha vuelto imposible promulgar una ley que fiscalice sus tareas. Cuando tratamos de hacerlo en la Comisión de Política Internacional de la Cámara de Diputados, las presiones de las Embajadas de EEUU y de los países europeos, así como de organismos internacionales nos convencieron de la imposibilidad fáctica de hacerlo. En síntesis, las potencias mundiales, transnacionales, organismos financieros internacionales, las ONGs y las grandes cadenas informativas,
manejadas por los centros de poder, cierran el paso a la integración efectiva de América Latina.
La integración de América Latina: desafíos y perspectivas
Por lo expuesto, puede colegirse que no es lo mismo avanzar en la integración de Estados nacionales con alto grado de autonomía económica y ejercicio real de soberanía, como ocurre en Europa, que buscar la integración de Estados semicoloniales, incapaces de retener el grueso del excedente económico que generan nuestros pueblos y cuyas decisiones, en temas fundamentales, están sujetas a criterios y presiones foráneas. Lo anterior explica, por lo menos en parte, los fracasos, en unos casos, o, en otros, los escasos avances integradores en la región. Cabe advertir que las mejores perspectivas en materia de integración en América del Sur tuvieron lugar en gobiernos con mayores espacios de autodeterminación. Estamos hablando de lo que ocurrió con el Pacto Andino, a cuya fundación concurrieron, el 26 de mayo de 1969, Bolivia, Chile, Perú y Ecuador. El momento cumbre del Pacto Andino tuvo lugar un año después de su creación, con la aprobación de la denominada Decisión 24, mediante la cual
se obligaba a las transnacionales a reinvertir parte de sus utilidades en los países en los que se habían asentado, dentro de una estrategia industrialista de América Latina, basada en la sustitución de importaciones, planteada por la CEPAL, a través de Raúl Prebisch. Lo anterior es incomprensible si se olvida que el 26 de septiembre de 1969, había tomado el poder en Bolivia el general Alfredo Ovando Candia, quien, con el respaldo de jóvenes nacionalistas, como Marcelo Quiroga Santa Cruz y José Ortiz Mercado, nacionalizó a la Bolivian Gul Oil Company, instaló hornos estatales de fundición de estaño y, sobre todo, elaboró una estrategia nacional de desarrollo, que, treinta y tres años después, es todavía un referente de lo que debería hacerse en Bolivia, si se quiere salir de la crisis que nos agobia.
La Decisión 24 es también incomprensible si se olvida que en esos años el Perú estuvo gobernado, a partir de 1968, por el general Juan Velasco Alvarado, quien dictó la primera reforma agraria en la historia de su país, nacionalizó la Banca, la minería, el petróleo y su industria pesquera, de manera que el Estado se convirtió en el rector de su economía. Chile estaba gobernado, en ese tiempo, por el demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva, quien ya impulsó importantes medidas destinadas a incrementar la participación estatal en la minería del cobre, lo que fue profundizado aun más, en 1970, con la llegada al poder de Salvador Allende. Los derrocamientos de Ovando y de su sucesor en la misma línea nacionalista, el general Juan José Torres González, en Bolivia, de Juan Velasco Alvarado, en el Perú, y de Salvador Allende, en Chile, debilitaron profundamente al Pacto Andino. La Decisión 24 fue anulada poco después, produciéndose, por orden del general Augusto Pinochet, el retiro de Chile del Pacto Andino. La incorporación de Venezuela al Pacto Andino, en 1973, no compensó el cambio de correlación de fuerzas producido en el Cono Sur latinoamericano. El cambio de
nombre del Pacto Andino por el de Comunidad Andina de Naciones, en agosto de 1997, no implicó cambios a la situación descrita.
El 26 de marzo de 1991. Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay suscribieron el Tratado de Asunción, punto de arranque del Mercado Común del Sur o Mercosur, al cual se asociaron después Chile, Bolivia y, hace pocos meses, Perú. Las perspectivas del Mercosur están asentadas en la potencialidad económica de Argentina y Brasil, los países de mayor desarrollo en América del Sur, los que, durante décadas, estuvieron geopolíticamente enfrentados, por prédicas disociadoras procedentes de Europa y Washington. Por fin en los últimos años las
FFAA argentinas y brasileñas han dejado de trabajar en las hipótesis de conflicto que las tornaba, supuestamente, enemigas irreconciliables. Desde nuestro punto de vista, el Mercosur ha estado trabado en los dos gobiernos de Carlos Menem en la Argentina, caracterizado por la privatización de sus industrias estratégicas y de sus Bancos, lo que precipitó a su país en la crisis económica más dura de su historia. Sin embargo, es notoria la recuperación de la
Argentina, a partir del gobierno de Néstor Kirchner, la que, como es obvio, se ha iniciado con el rescate de la autoestima de su pueblo. En agosto pasado, se realizó también en Asunción la reunión de mandatarios del Mercosur a la cual asistió el presidente venezolano Hugo Chávez, en cuya oportunidad planteó la articulación de las empresas petroleras estatales de América Latina. ¿Puede imaginarse la forma en que empezaría a cambiar América Latina si coordinan sus esfuerzos, para evitar la fuga irracional de divisas, empresas de las
dimensiones de Petrobrás de Brasil, Pemex de México y PDVESA de Venezuela, además de las existentes en Colombia, Ecuador, Chile y Perú? Chávez ha advertido la carencia de una petrolera estatal en la Argentina, razón por la cual ofreció la ayuda de su país a fin de lograr la refundación de YPF. Bolivia necesita transitar por el mismo camino.
El Presidente Chávez ha tocado, a mi juicio, la tecla exacta. América Latina necesita, más allá de desarrollar a las burguesías nacionales, generalmente cobardes y sumisas al capital foráneo, impulsar el capitalismo de Estado, cuyos cimientos existían al iniciarse la década de los años setenta. El gran argumento, una vez más, que conspira contra esta idea, reside en difundir la idea de que los latinoamericanos somos incapaces y ladrones. Necesitamos
desmentir esos argumentos. Requerimos volver a creer en nosotros mismos y desarrollar prácticas de control social a fin de evitar la corrupción.
Precisamos, finalmente, impulsar la interculturalidad, la unidad en la diversidad y el respeto a lo diverso, a fin de preservar a nuestras patrias de los riesgos de disgregación, como los que ahora enfrenta Bolivia. Con esas bases, podemos terminar de construir la Patria Grande soñada por el Libertador.
Al concluir estas reflexiones, hago notar que la Izquierda Nacional, precisamente por su vocación bolivariana, no puede callar el daño que causa a la integración latinoamericana la no solución del enclaustramiento geográfico de Bolivia, causado por la oligarquía chilena, aliada al imperialismo inglés, en la guerra del Pacífico de 1879 Se trata de una herida profunda y dolorosa que sólo quedará cicatrizada cuando nuestro país recobre su condición de país ribereño del océano Pacífico, con la que nació a la vida independiente.
Globalización y Ongs
El panorama apretadamente descrito está encubierto por la palabra globalización, que no es otra cosa que la acepción moderna del imperialismo. Según los globalizadores, los Estados nacionales están en decadencia, de manera que la pasada dependencia de los países sometidos ha sido reemplaza por la interdependencia entre todos los países del mundo. Quienes formulan esa aseveración, deberían responder esta pregunta. ¿Alguien ha visto que al producirse fuga de capitales de Rusia, Argentina, Brasil, México o Japón, estos huyan a Tanganica, Haití o Bolivia? ¿No es acaso evidente que esos dineros fugan indefectiblemente a los centros de poder mundial? No es verdad que los Estados nacionales estén en proceso de decadencia en todas partes del mundo. Es cierto que agonizan en muchos países periféricos, sobre todo a partir del denominado Consenso de Washington, de 1989, pero es evidente, asimismo, que los Estados de los centros de poder mundial son cada vez más poderosos y que la globalización es el taparrabos de las grandes potencias para ejercitar sus políticas de siempre.
Sobre esa supuesta interdependencia, el Financial Times, del 10 de mayo de 2002, informó que de las 500 compañías más grandes del mundo, casi todas son norteamericanas o europeas. Al desglosar el concepto, indica que el 48 por ciento de las empresas y bancos más importantes del mundo, son de Estados Unidos y 30 por ciento de la Unión Europea. Sólo el 10 por ciento restante pertenece a Japón. En otras palabras, casi el 90 por ciento de las corporaciones más grandes del mundo, en industria, banca y comercio, son estadounidenses, europeas y japonesas. El poder económico se concentra en estas tres unidades económicas geográficas, y no en conceptos vacíos como Imperio, sin Imperialismo o en corporaciones multinacionales sin territorio, como dice el italiano Antonio Negri. (Página 12, 5-06-02). El sometimiento de las colonias y semicolonias sería incompleto sino alcanzara a la mente de los dominados. Se ha dicho, desde hace tiempo, que las periferias envían materias primas a las metrópolis, a cambio de lo cual, reciben análisis periodísticos. Ese criterio aún tiene validez, siquiera parcial. Ha sido Pierre Bordeau quien ha explicado que, en el pasado, los grupos de poder manipulaban a la opinión pública ocultando y restringiendo información. Ahora, en cambio, la desorientan con exceso de información. Los medios de comunicación, cada vez más poderosos, tienen tal poder para confundir al receptor que, no pocas veces, éste es incapaz de distinguir los bombardeos a Irak o Afganistan de una película de ficción sobre las futuras guerras en el espacio. El retroceso de la libertad de expresión puede ser advertido, a nivel mundial, al comparar, desde el punto de vista informativo, la guerra de Vietnam con las de Irak. La de Vietnam fue objeto de amplia cobertura noticiosa. Como puede recordarse hojeando publicaciones de la época, en Vietnam hubo periodistas de medios escritos, radiales y televisivos de una enorme cantidad de países, que tenían enorme libertad de movimiento. Debió ser, además, la guerra en la que los reporteros gráficos lograron tomar fotografías admirables y filmaron documentales que seguirán siendo admirados por las próximas generaciones. El ejercicio de la libertad de información redundó en la publicación de reportajes, entrevistas, crónicas, análisis y críticas inscriptas en el más amplio espectro democrático. Sin embargo, el resultado fue el fortalecimiento creciente de corrientes de opinión contrarias a la guerra, que debilitaron la moral de los invasores. La lección fue aprendida por la Casa Blanca, ya que en las guerras contra Irak impuso férrea censura. Salvo minúsculas excepciones, el mundo fue informado a través de la CNN, digitada, obviamente, por el departamento de Estado. Esa misma CNN es la que orienta, con sutileza es cierto, acerca de elecciones en Uruguay, Chile y El Salvador, y nos dice, así sea de manera subliminal, cual debería ser nuestro candidato favorito.
Es obvio, finalmente, que las transnacionales, al debilitar al máximo a los Estados nacionales de las periferias, han dejado vacíos que el capital financiero foráneo no tiene interés de llenar. Este detalle permite entender el por qué las obligaciones sociales, o en salud, educación y otras, desatendidas por gobiernos sumisos, están ahora a cargo de Organizaciones No Gubernamentales (ONGs). Llegó un momento en el gobierno nacional que era tan grande la dificultad de saber cuantas ONGs operaban en Bolivia, que se resolvió contratar
a otra ONG para que hiciera ese trabajo. Las ONGs operan en Bolivia, y creo que en otros países vulnerables de América Latina, con tal grado de descontrol que se ha vuelto imposible promulgar una ley que fiscalice sus tareas. Cuando tratamos de hacerlo en la Comisión de Política Internacional de la Cámara de Diputados, las presiones de las Embajadas de EEUU y de los países europeos, así como de organismos internacionales nos convencieron de la imposibilidad fáctica de hacerlo. En síntesis, las potencias mundiales, transnacionales, organismos financieros internacionales, las ONGs y las grandes cadenas informativas,
manejadas por los centros de poder, cierran el paso a la integración efectiva de América Latina.
La integración de América Latina: desafíos y perspectivas
Por lo expuesto, puede colegirse que no es lo mismo avanzar en la integración de Estados nacionales con alto grado de autonomía económica y ejercicio real de soberanía, como ocurre en Europa, que buscar la integración de Estados semicoloniales, incapaces de retener el grueso del excedente económico que generan nuestros pueblos y cuyas decisiones, en temas fundamentales, están sujetas a criterios y presiones foráneas. Lo anterior explica, por lo menos en parte, los fracasos, en unos casos, o, en otros, los escasos avances integradores en la región. Cabe advertir que las mejores perspectivas en materia de integración en América del Sur tuvieron lugar en gobiernos con mayores espacios de autodeterminación. Estamos hablando de lo que ocurrió con el Pacto Andino, a cuya fundación concurrieron, el 26 de mayo de 1969, Bolivia, Chile, Perú y Ecuador. El momento cumbre del Pacto Andino tuvo lugar un año después de su creación, con la aprobación de la denominada Decisión 24, mediante la cual
se obligaba a las transnacionales a reinvertir parte de sus utilidades en los países en los que se habían asentado, dentro de una estrategia industrialista de América Latina, basada en la sustitución de importaciones, planteada por la CEPAL, a través de Raúl Prebisch. Lo anterior es incomprensible si se olvida que el 26 de septiembre de 1969, había tomado el poder en Bolivia el general Alfredo Ovando Candia, quien, con el respaldo de jóvenes nacionalistas, como Marcelo Quiroga Santa Cruz y José Ortiz Mercado, nacionalizó a la Bolivian Gul Oil Company, instaló hornos estatales de fundición de estaño y, sobre todo, elaboró una estrategia nacional de desarrollo, que, treinta y tres años después, es todavía un referente de lo que debería hacerse en Bolivia, si se quiere salir de la crisis que nos agobia.
La Decisión 24 es también incomprensible si se olvida que en esos años el Perú estuvo gobernado, a partir de 1968, por el general Juan Velasco Alvarado, quien dictó la primera reforma agraria en la historia de su país, nacionalizó la Banca, la minería, el petróleo y su industria pesquera, de manera que el Estado se convirtió en el rector de su economía. Chile estaba gobernado, en ese tiempo, por el demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva, quien ya impulsó importantes medidas destinadas a incrementar la participación estatal en la minería del cobre, lo que fue profundizado aun más, en 1970, con la llegada al poder de Salvador Allende. Los derrocamientos de Ovando y de su sucesor en la misma línea nacionalista, el general Juan José Torres González, en Bolivia, de Juan Velasco Alvarado, en el Perú, y de Salvador Allende, en Chile, debilitaron profundamente al Pacto Andino. La Decisión 24 fue anulada poco después, produciéndose, por orden del general Augusto Pinochet, el retiro de Chile del Pacto Andino. La incorporación de Venezuela al Pacto Andino, en 1973, no compensó el cambio de correlación de fuerzas producido en el Cono Sur latinoamericano. El cambio de
nombre del Pacto Andino por el de Comunidad Andina de Naciones, en agosto de 1997, no implicó cambios a la situación descrita.
El 26 de marzo de 1991. Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay suscribieron el Tratado de Asunción, punto de arranque del Mercado Común del Sur o Mercosur, al cual se asociaron después Chile, Bolivia y, hace pocos meses, Perú. Las perspectivas del Mercosur están asentadas en la potencialidad económica de Argentina y Brasil, los países de mayor desarrollo en América del Sur, los que, durante décadas, estuvieron geopolíticamente enfrentados, por prédicas disociadoras procedentes de Europa y Washington. Por fin en los últimos años las
FFAA argentinas y brasileñas han dejado de trabajar en las hipótesis de conflicto que las tornaba, supuestamente, enemigas irreconciliables. Desde nuestro punto de vista, el Mercosur ha estado trabado en los dos gobiernos de Carlos Menem en la Argentina, caracterizado por la privatización de sus industrias estratégicas y de sus Bancos, lo que precipitó a su país en la crisis económica más dura de su historia. Sin embargo, es notoria la recuperación de la
Argentina, a partir del gobierno de Néstor Kirchner, la que, como es obvio, se ha iniciado con el rescate de la autoestima de su pueblo. En agosto pasado, se realizó también en Asunción la reunión de mandatarios del Mercosur a la cual asistió el presidente venezolano Hugo Chávez, en cuya oportunidad planteó la articulación de las empresas petroleras estatales de América Latina. ¿Puede imaginarse la forma en que empezaría a cambiar América Latina si coordinan sus esfuerzos, para evitar la fuga irracional de divisas, empresas de las
dimensiones de Petrobrás de Brasil, Pemex de México y PDVESA de Venezuela, además de las existentes en Colombia, Ecuador, Chile y Perú? Chávez ha advertido la carencia de una petrolera estatal en la Argentina, razón por la cual ofreció la ayuda de su país a fin de lograr la refundación de YPF. Bolivia necesita transitar por el mismo camino.
El Presidente Chávez ha tocado, a mi juicio, la tecla exacta. América Latina necesita, más allá de desarrollar a las burguesías nacionales, generalmente cobardes y sumisas al capital foráneo, impulsar el capitalismo de Estado, cuyos cimientos existían al iniciarse la década de los años setenta. El gran argumento, una vez más, que conspira contra esta idea, reside en difundir la idea de que los latinoamericanos somos incapaces y ladrones. Necesitamos
desmentir esos argumentos. Requerimos volver a creer en nosotros mismos y desarrollar prácticas de control social a fin de evitar la corrupción.
Precisamos, finalmente, impulsar la interculturalidad, la unidad en la diversidad y el respeto a lo diverso, a fin de preservar a nuestras patrias de los riesgos de disgregación, como los que ahora enfrenta Bolivia. Con esas bases, podemos terminar de construir la Patria Grande soñada por el Libertador.
Al concluir estas reflexiones, hago notar que la Izquierda Nacional, precisamente por su vocación bolivariana, no puede callar el daño que causa a la integración latinoamericana la no solución del enclaustramiento geográfico de Bolivia, causado por la oligarquía chilena, aliada al imperialismo inglés, en la guerra del Pacífico de 1879 Se trata de una herida profunda y dolorosa que sólo quedará cicatrizada cuando nuestro país recobre su condición de país ribereño del océano Pacífico, con la que nació a la vida independiente.
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