LOS DETONADORES DE LA BOMBA GLOBAL
Por Enrique Lacolla
La Voz del Interior Córdoba 6 de agosto de 2005
Los dos factores explosivos del presente son el clan neoconservador de Washington y el terrorismo radical. Y ambos están complejamente unidos .
El mundo está calificado en este momento por dos factores negativos que se potencian mutuamente. A saber: la crisis de las postulaciones revolucionarias descalificadas con el adjetivo de "utópicas" y desvalorizadas por la implosión del "socialismo real", y el callejón sin salida al que se enfrenta el sistema capitalista en su forma actual, parado como está sobre la superficie inestable de un proceso de desarrollo tecnológico y de transformación social que no parece tener límite, respecto al cual ostenta una incapacidad supina para regularlo.
Pues para hacerlo tendría que modificarse a sí mismo hasta el punto de abolirse como tal. Esta es la morsa en la que la humanidad se encuentra atrapada al comienzo del nuevo siglo. No es una situación cómoda, pero visualizar algunos de los elementos que más significativamente la condicionan, es fundamental para tratar de escapar a su garra.
Entre los factores que potencian la crisis en este momento, no pueden soslayarse ni el papel de las tendencias neoconservadoras que se han encaramado al poder en Estados Unidos que exasperan la ya natural tendencia de esa nación a la hegemonía mundial, ni la presencia del factor terrorista, cuyos orígenes quizá espúreos no suprimen ni el carácter imprevisible de sus posibles desarrollos, ni su capacidad de desestabilización psicológica en un mundo ya situado "al borde del ataque de nervios".
Algo más que un accidente
El grupo que gestiona hoy el poder en Estados Unidos no es el resultado de una tormenta de verano. Responde a tendencias que se encuentran muy enraizadas en esa sociedad. Tanto es así que, si la primera elección de George W. Bush, hijo, pudo haber sido desbalanceada a su favor por un fraude electoral en Florida que benefició al candidato republicano en desmedro del titular de la fórmula demócrata, el comicio que consagró su reelección implicó una votación que lo reconsagró categóricamente y sin sombra de duda. Y eso aun después de lanzadas las expediciones militares contra Afganistán e Irak, y reconfirmado el rumbo agresivo tomado por la política exterior norteamericana tras los atentados del 11/S.
Este apoyo no tiene por que ser eterno ni no estar sometido a los vaivenes de la coyuntura; pero es expresivo de la capacidad que el sistema tiene para influir a la opinión, a poco que el temor exaspere la disposición de esta a la reacción pánica contra cualquier eventual ataque. El "factor Pearl Harbor" es un elemento a tener en cuenta en cualquier evaluación de la capacidad reactiva de la opinión norteamericana. Puesta frente a lo que juzga un ataque injustificado contra la integridad del país, su capacidad vengativa está lista para desencadenarse más allá de cualquier límite, henchida por la noción de la propia fuerza y bendecida por la buena conciencia que resulta de la convicción de estar respondiendo a un ataque.
El cine suministra múltiples pistas de esto último: la justa retribución del abuso es el principal resorte argumental del filme de acción norteamericano.
Otro elemento que agrega una pimienta por demás inquietante a esta ecuación, es el que resulta del espíritu triunfalista que la mentalidad norteamericana ha introyectado en todos los sectores sociales y que se deduce de la experiencia de una historia que registra una expansión sin trabas y siempre victoriosa.
La combinación de cierto fundamentalismo puritano, propio de la "mayoría silenciosa", imbuído de la noción de la retribución bíblica y veteado de un implícito y a veces explícito racismo, con la certidumbre de que "Dios está de nuestra parte pues nuestros logros así lo confirman", es una mezcla explosiva, pues abona el campo para la arremetida irresponsable. El tigre cebado no se detiene ante el peligro, ya que el sabor de las victorias previas anula la llamada del instinto de conservación.
La teoría de la disuasión por el terror (o MAD, Mutual Assured Destruction) sólo es válida si los dos protagonistas de un conflicto están persuadidos de que la contraparte está decidida a llegar a las últimas consecuencias. Si esa convicción vacila o está imbuída de la noción de la propia invulnerabilidad, el concepto pierde su filo y el probable agresor queda predispuesto a liberar toda su potencia a la primera ocasión que se le presente.
La búsqueda por Estados Unidos de un "escudo espacial" y la hipertrofia de sus gastos militares 450.000 millones de dólares por año, muchísimo más de lo que invierte la totalidad de los restantes países del mundo en el mismo rubro demuestran que intenta procurarse esa cuota de intangibilidad que le permita perseguir sus propios fines sin preocuparse de nada ni de nadie.
Esto es muy peligroso, aun cuando no exista, entre los potenciales rivales de la Unión, ninguno que esté dispuesto a desafiarla deliberadamente. Ya que la dinámica de los hechos propulsada por una concepción arrogante de las relaciones mundiales, puede terminar empujando a quienes la hiperpotencia elige como enemigos, a un desquite desesperado y asimismo preventivo, que busque equilibrar la inferioridad con la sorpresa.
Ese fue el mecanismo que funcionó en Pearl Harbor, sólo que ahora estaría condicionado por el carácter aniquilador y finalista que implica la utilización de las armas de destrucción masiva.
El Golem terrorista
El terrorismo juega o puede jugar un papel importante en esta dialéctica del estallido. En realidad, puede erigirse en un factor provisto de peso específico, capaz de promover un desequilibrio mundial a partir de la utilización de muy pocos elementos.
Esto representa un salto cualitativo respecto de la función del factor terrorista en el pasado. Históricamente el terrorismo fue la expresión de la desesperación de grupos sociales acorralados, por lo general animados por ambiciones que excedían a su peso específico y a sus posibilidades; pero que, encerrados entre un sistema opresor y una muchedumbre apática, tendieron a romper ese estancamiento a través de la violencia individual, el sectarismo y la conspiración.
Su clandestinidad y su situación de aislamiento los convirtieron a menudo en sujetos ideales para su manipulación desde el poder, que solió usarlos como agentes provocadores, con resultados en general exitosos, aunque en ocasiones logrados a un costo demasiado alto.
Baste recordar, por ejemplo, la utilización que la policía zarista hizo de los núcleos terroristas de los socialrevolucionarios rusos, infiltrados por la Ojrana hasta poner a un agente propio al frente de la organización militar del partido. Si bien Evno Azev cumplió su tarea, la excedió hasta el punto de proceder a la liquidación de prominentes miembros del gobierno del Zar que molestaban a su propio punto de vista.
Ahora, sin embargo, a esta naturaleza de marionetas provistas de un caudal de imprevisibilidad que las hace siempre peligrosas y que puede hacer volar a quien tira de los hilos junto con el muñeco, se suma su fusión con la complejidad del mundo de las finanzas y de los servicios de inteligencia actuales. Asimismo, la suma del radicalismo religioso con las prácticas de la tecnología y los recursos de la propaganda transforma al primero hasta reducirlo a una cáscara que esconde mal la naturaleza moderna de unos tecnócratas del terror, que tornan la oración por pasiva, reproduciendo desde abajo los mecanismos anómimos que mueven a los políticos, a los servicios secretos y a los organismos financieros del mundo moderno.
El Golem es un personaje de la mitología judía. Creado de un trozo de madera para defender al pueblo de Israel de la persecución antisemita en Praga, un día se independiza de su amo y se vuelve contra todos. El terrorismo fundamentalista, nominalmente musulmán, fue potenciado por la CIA y otros organismos occidentales para contrabatir la influencia soviética en Afganistán y para desarticular la presencia rusa en el Asia central, el Cáucaso y los Balcanes. Hoy, sin embargo, cualesquiera sean las manipulaciones que los servicios de inteligencia norteamericanos, británicos o israelíes puedan efectuar respecto de los núcleos que operan en Irak y otros puntos del planeta, estos parecen haberse tornado demasiado imprevisibles en razón del substrato caótico del que se nutren y que consiste en la existencia de miles de millones de humillados y ofendidos, así como de la posibilidad de acceder, en algún momento, a las armas biológicas o nucleares que les permitan inferir un daño muchísimo más grande y abarcador que las eventuales ventajas tácticas que de ellos podría sacar el orden establecido.
La conjunción de estos dos fenómenos que se refractan mutuamente el extremismo del terrorismo "oficial" que es propio la estructura del poder de los Estados Unidos y que se vuelca en el activismo de su política exterior, y el terrorismo de los núcleos creados al conjuro de la miseria fomentada por el sistema global y de su cría por este configura un cuadro inquietante. El hombre siempre ha estado en disposición de hacerse daño, pero nunca, hasta el último medio siglo, estuvo en capacidad de cometer suicidio.
Se impone un restablecimiento de la razón. Pero, ¿cuál puede ser el protagonista social capaz de imponerla?
La Voz del Interior Córdoba 6 de agosto de 2005
El mundo está calificado en este momento por dos factores negativos que se potencian mutuamente. A saber: la crisis de las postulaciones revolucionarias descalificadas con el adjetivo de "utópicas" y desvalorizadas por la implosión del "socialismo real", y el callejón sin salida al que se enfrenta el sistema capitalista en su forma actual, parado como está sobre la superficie inestable de un proceso de desarrollo tecnológico y de transformación social que no parece tener límite, respecto al cual ostenta una incapacidad supina para regularlo.
Pues para hacerlo tendría que modificarse a sí mismo hasta el punto de abolirse como tal. Esta es la morsa en la que la humanidad se encuentra atrapada al comienzo del nuevo siglo. No es una situación cómoda, pero visualizar algunos de los elementos que más significativamente la condicionan, es fundamental para tratar de escapar a su garra.
Entre los factores que potencian la crisis en este momento, no pueden soslayarse ni el papel de las tendencias neoconservadoras que se han encaramado al poder en Estados Unidos que exasperan la ya natural tendencia de esa nación a la hegemonía mundial, ni la presencia del factor terrorista, cuyos orígenes quizá espúreos no suprimen ni el carácter imprevisible de sus posibles desarrollos, ni su capacidad de desestabilización psicológica en un mundo ya situado "al borde del ataque de nervios".
Algo más que un accidente
El grupo que gestiona hoy el poder en Estados Unidos no es el resultado de una tormenta de verano. Responde a tendencias que se encuentran muy enraizadas en esa sociedad. Tanto es así que, si la primera elección de George W. Bush, hijo, pudo haber sido desbalanceada a su favor por un fraude electoral en Florida que benefició al candidato republicano en desmedro del titular de la fórmula demócrata, el comicio que consagró su reelección implicó una votación que lo reconsagró categóricamente y sin sombra de duda. Y eso aun después de lanzadas las expediciones militares contra Afganistán e Irak, y reconfirmado el rumbo agresivo tomado por la política exterior norteamericana tras los atentados del 11/S.
Este apoyo no tiene por que ser eterno ni no estar sometido a los vaivenes de la coyuntura; pero es expresivo de la capacidad que el sistema tiene para influir a la opinión, a poco que el temor exaspere la disposición de esta a la reacción pánica contra cualquier eventual ataque. El "factor Pearl Harbor" es un elemento a tener en cuenta en cualquier evaluación de la capacidad reactiva de la opinión norteamericana. Puesta frente a lo que juzga un ataque injustificado contra la integridad del país, su capacidad vengativa está lista para desencadenarse más allá de cualquier límite, henchida por la noción de la propia fuerza y bendecida por la buena conciencia que resulta de la convicción de estar respondiendo a un ataque.
El cine suministra múltiples pistas de esto último: la justa retribución del abuso es el principal resorte argumental del filme de acción norteamericano.
Otro elemento que agrega una pimienta por demás inquietante a esta ecuación, es el que resulta del espíritu triunfalista que la mentalidad norteamericana ha introyectado en todos los sectores sociales y que se deduce de la experiencia de una historia que registra una expansión sin trabas y siempre victoriosa.
La combinación de cierto fundamentalismo puritano, propio de la "mayoría silenciosa", imbuído de la noción de la retribución bíblica y veteado de un implícito y a veces explícito racismo, con la certidumbre de que "Dios está de nuestra parte pues nuestros logros así lo confirman", es una mezcla explosiva, pues abona el campo para la arremetida irresponsable. El tigre cebado no se detiene ante el peligro, ya que el sabor de las victorias previas anula la llamada del instinto de conservación.
La teoría de la disuasión por el terror (o MAD, Mutual Assured Destruction) sólo es válida si los dos protagonistas de un conflicto están persuadidos de que la contraparte está decidida a llegar a las últimas consecuencias. Si esa convicción vacila o está imbuída de la noción de la propia invulnerabilidad, el concepto pierde su filo y el probable agresor queda predispuesto a liberar toda su potencia a la primera ocasión que se le presente.
La búsqueda por Estados Unidos de un "escudo espacial" y la hipertrofia de sus gastos militares 450.000 millones de dólares por año, muchísimo más de lo que invierte la totalidad de los restantes países del mundo en el mismo rubro demuestran que intenta procurarse esa cuota de intangibilidad que le permita perseguir sus propios fines sin preocuparse de nada ni de nadie.
Esto es muy peligroso, aun cuando no exista, entre los potenciales rivales de la Unión, ninguno que esté dispuesto a desafiarla deliberadamente. Ya que la dinámica de los hechos propulsada por una concepción arrogante de las relaciones mundiales, puede terminar empujando a quienes la hiperpotencia elige como enemigos, a un desquite desesperado y asimismo preventivo, que busque equilibrar la inferioridad con la sorpresa.
Ese fue el mecanismo que funcionó en Pearl Harbor, sólo que ahora estaría condicionado por el carácter aniquilador y finalista que implica la utilización de las armas de destrucción masiva.
El Golem terrorista
El terrorismo juega o puede jugar un papel importante en esta dialéctica del estallido. En realidad, puede erigirse en un factor provisto de peso específico, capaz de promover un desequilibrio mundial a partir de la utilización de muy pocos elementos.
Esto representa un salto cualitativo respecto de la función del factor terrorista en el pasado. Históricamente el terrorismo fue la expresión de la desesperación de grupos sociales acorralados, por lo general animados por ambiciones que excedían a su peso específico y a sus posibilidades; pero que, encerrados entre un sistema opresor y una muchedumbre apática, tendieron a romper ese estancamiento a través de la violencia individual, el sectarismo y la conspiración.
Su clandestinidad y su situación de aislamiento los convirtieron a menudo en sujetos ideales para su manipulación desde el poder, que solió usarlos como agentes provocadores, con resultados en general exitosos, aunque en ocasiones logrados a un costo demasiado alto.
Baste recordar, por ejemplo, la utilización que la policía zarista hizo de los núcleos terroristas de los socialrevolucionarios rusos, infiltrados por la Ojrana hasta poner a un agente propio al frente de la organización militar del partido. Si bien Evno Azev cumplió su tarea, la excedió hasta el punto de proceder a la liquidación de prominentes miembros del gobierno del Zar que molestaban a su propio punto de vista.
Ahora, sin embargo, a esta naturaleza de marionetas provistas de un caudal de imprevisibilidad que las hace siempre peligrosas y que puede hacer volar a quien tira de los hilos junto con el muñeco, se suma su fusión con la complejidad del mundo de las finanzas y de los servicios de inteligencia actuales. Asimismo, la suma del radicalismo religioso con las prácticas de la tecnología y los recursos de la propaganda transforma al primero hasta reducirlo a una cáscara que esconde mal la naturaleza moderna de unos tecnócratas del terror, que tornan la oración por pasiva, reproduciendo desde abajo los mecanismos anómimos que mueven a los políticos, a los servicios secretos y a los organismos financieros del mundo moderno.
El Golem es un personaje de la mitología judía. Creado de un trozo de madera para defender al pueblo de Israel de la persecución antisemita en Praga, un día se independiza de su amo y se vuelve contra todos. El terrorismo fundamentalista, nominalmente musulmán, fue potenciado por la CIA y otros organismos occidentales para contrabatir la influencia soviética en Afganistán y para desarticular la presencia rusa en el Asia central, el Cáucaso y los Balcanes. Hoy, sin embargo, cualesquiera sean las manipulaciones que los servicios de inteligencia norteamericanos, británicos o israelíes puedan efectuar respecto de los núcleos que operan en Irak y otros puntos del planeta, estos parecen haberse tornado demasiado imprevisibles en razón del substrato caótico del que se nutren y que consiste en la existencia de miles de millones de humillados y ofendidos, así como de la posibilidad de acceder, en algún momento, a las armas biológicas o nucleares que les permitan inferir un daño muchísimo más grande y abarcador que las eventuales ventajas tácticas que de ellos podría sacar el orden establecido.
La conjunción de estos dos fenómenos que se refractan mutuamente el extremismo del terrorismo "oficial" que es propio la estructura del poder de los Estados Unidos y que se vuelca en el activismo de su política exterior, y el terrorismo de los núcleos creados al conjuro de la miseria fomentada por el sistema global y de su cría por este configura un cuadro inquietante. El hombre siempre ha estado en disposición de hacerse daño, pero nunca, hasta el último medio siglo, estuvo en capacidad de cometer suicidio.
Se impone un restablecimiento de la razón. Pero, ¿cuál puede ser el protagonista social capaz de imponerla?
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ronald -