ASOMA EL "POPULISMO RADICAL"
Por Enrique Lacolla
Extraño, como salido de las profundidades del realismo mágico, aparece el Movimiento Etnocacerista, liderado por un mayor retirado del ejército peruano, Antauro Humala, que días pasados se sublevó contra el gobierno de Alejandro Toledo y tomó una comisaría en la ciudad de Andahuaylas, al sur del Perú.
El levantamiento se cerró en un fracaso, con el saldo de varios muertos, pero es difícil reducirlo a una muestra de idiosincrasia folklórica. Si su líder no es asesinado, tampoco cabe suponer que el movimiento acabe allí.
El realismo mágico, como se sabe, es la arborescencia poética de situaciones bien concretas, que tienen a la pobreza y al sincretismo cultural de las sociedades de América latina como factores determinantes.
Antauro Humala, junto a su hermano Ollanta, fue el cabecilla de la sublevación militar que inició el ocaso del régimen de Alberto Fujimori y la caída en desgracia de su eminencia gris, Vladimiro Montesinos.
Humala encabeza el Movimiento Nacionalista Peruano (MNP), que crece en las zonas más pobres de las aglomeraciones urbanas y cuenta con el apoyo de las franjas mayoritarias del indigenismo peruano.
El referente político de Antauro es Hugo Chávez; sus amigos bolivianos son Evo Morales y Felipe Quispe y también se vincula al indigenismo ecuatoriano. Se define como antiimperialista y admirador de la revolución cubana, reivindicando, a partir del nombre que ha dado a su movimiento etnocacerista la raigambre indígena de la cultura de su pueblo y la figura del mariscal Andrés Avelino Cáceres, quien reorganizó el ejército peruano para enfrentar la invasión chilena en la Guerra del Pacífico (1879-1883).
Sin lugar para el reduccionismo
Este complejo espectro de afinidades y simpatías torna a Humala en una figura que escapa al encuadramiento simplista. Su reivindicación indigenista estaría lejos del particularismo que propugnan quienes sirven a los intereses de la balcanización latinoamericana, vinculándose más bien a la naturaleza de la base social peruana y a la necesidad de darle una proyección y una presencia hasta aquí negadas por el desigual sistema de reparto que preside, allí como en otras partes de América latina, una oligarquía cuyos intereses son funcionales al estancamiento dependiente.
La finalidad de la sublevación de Andahuaylas no parece haber sido el derrocamiento de Toledo, sino la generación de un acto testimonial, que buscaría dotar de proyección a su jefe y a las ideas que éste propugna.
Esto ha hecho que algunos asimilasen ese levantamiento al putsch de Munich encabezado por Adolfo Hitler en 1923. Éste es un argumento tonto o perverso: la comparación del jefe de un movimiento en pro de los sumergidos y desposeídos de un país subdesarrollado con la figura del factótum del revanchismo de un país imperialista, es inviable.
Ocurre que el populismo latinoamericano, cualquiera sea la forma en que se exhiba, siempre ha repelido a las clases dominantes, a su clientela consciente o inconsciente y al poder foráneo que negocia con ellas o las manipula. Esa antipatía no se deriva de los defectos del populismo, que son muchos y, en el caso de Humala, aún no predecibles, sino del potencial liberador que aquél supone, en la medida en que puede movilizar a enormes masas humanas hacia metas que impliquen la ruptura del statu quo.
El establishment imperial siempre ha tenido esto en cuenta. Y sigue estando alerta respecto de las manifestaciones del fenómeno. La hostilidad contra Chávez así lo manifiesta. Del ejemplo de éste, que seduce a Humala, el Pentágono ha deducido también la necesidad de enfrentar al próximo peligro que avizora sobre América latina: el populismo radical, del cual figuras como Chávez y el oficial peruano son un embrión peligroso.
Fue el jefe del Comando Sur norteamericano, el general James T. Hill, quien acuñó el término y definió al populismo radical como la mayor amenaza que se cierne sobre Sudamérica. Sabe de lo que habla, aunque se cuida muy bien de decir que estos eventuales movimientos conectarían con las experiencias, frustradas, de otros intentos de renovación que llenan nuestra historia. Ensayos en parte fallidos, por falta de coherencia y, sobre todo, por una concepción acotada de su proyección geográfica, limitada a las fronteras del país en que se daba el fenómeno. Hoy el panorama es distinto, como lo demuestra la irradiación del movimiento que inquieta ahora al Pentágono
El realismo mágico no ha dicho su última palabra, todavía.
Enviado por Prensa Causa Popular Horacio Cesarini.
Extraño, como salido de las profundidades del realismo mágico, aparece el Movimiento Etnocacerista, liderado por un mayor retirado del ejército peruano, Antauro Humala, que días pasados se sublevó contra el gobierno de Alejandro Toledo y tomó una comisaría en la ciudad de Andahuaylas, al sur del Perú.
El levantamiento se cerró en un fracaso, con el saldo de varios muertos, pero es difícil reducirlo a una muestra de idiosincrasia folklórica. Si su líder no es asesinado, tampoco cabe suponer que el movimiento acabe allí.
El realismo mágico, como se sabe, es la arborescencia poética de situaciones bien concretas, que tienen a la pobreza y al sincretismo cultural de las sociedades de América latina como factores determinantes.
Antauro Humala, junto a su hermano Ollanta, fue el cabecilla de la sublevación militar que inició el ocaso del régimen de Alberto Fujimori y la caída en desgracia de su eminencia gris, Vladimiro Montesinos.
Humala encabeza el Movimiento Nacionalista Peruano (MNP), que crece en las zonas más pobres de las aglomeraciones urbanas y cuenta con el apoyo de las franjas mayoritarias del indigenismo peruano.
El referente político de Antauro es Hugo Chávez; sus amigos bolivianos son Evo Morales y Felipe Quispe y también se vincula al indigenismo ecuatoriano. Se define como antiimperialista y admirador de la revolución cubana, reivindicando, a partir del nombre que ha dado a su movimiento etnocacerista la raigambre indígena de la cultura de su pueblo y la figura del mariscal Andrés Avelino Cáceres, quien reorganizó el ejército peruano para enfrentar la invasión chilena en la Guerra del Pacífico (1879-1883).
Sin lugar para el reduccionismo
Este complejo espectro de afinidades y simpatías torna a Humala en una figura que escapa al encuadramiento simplista. Su reivindicación indigenista estaría lejos del particularismo que propugnan quienes sirven a los intereses de la balcanización latinoamericana, vinculándose más bien a la naturaleza de la base social peruana y a la necesidad de darle una proyección y una presencia hasta aquí negadas por el desigual sistema de reparto que preside, allí como en otras partes de América latina, una oligarquía cuyos intereses son funcionales al estancamiento dependiente.
La finalidad de la sublevación de Andahuaylas no parece haber sido el derrocamiento de Toledo, sino la generación de un acto testimonial, que buscaría dotar de proyección a su jefe y a las ideas que éste propugna.
Esto ha hecho que algunos asimilasen ese levantamiento al putsch de Munich encabezado por Adolfo Hitler en 1923. Éste es un argumento tonto o perverso: la comparación del jefe de un movimiento en pro de los sumergidos y desposeídos de un país subdesarrollado con la figura del factótum del revanchismo de un país imperialista, es inviable.
Ocurre que el populismo latinoamericano, cualquiera sea la forma en que se exhiba, siempre ha repelido a las clases dominantes, a su clientela consciente o inconsciente y al poder foráneo que negocia con ellas o las manipula. Esa antipatía no se deriva de los defectos del populismo, que son muchos y, en el caso de Humala, aún no predecibles, sino del potencial liberador que aquél supone, en la medida en que puede movilizar a enormes masas humanas hacia metas que impliquen la ruptura del statu quo.
El establishment imperial siempre ha tenido esto en cuenta. Y sigue estando alerta respecto de las manifestaciones del fenómeno. La hostilidad contra Chávez así lo manifiesta. Del ejemplo de éste, que seduce a Humala, el Pentágono ha deducido también la necesidad de enfrentar al próximo peligro que avizora sobre América latina: el populismo radical, del cual figuras como Chávez y el oficial peruano son un embrión peligroso.
Fue el jefe del Comando Sur norteamericano, el general James T. Hill, quien acuñó el término y definió al populismo radical como la mayor amenaza que se cierne sobre Sudamérica. Sabe de lo que habla, aunque se cuida muy bien de decir que estos eventuales movimientos conectarían con las experiencias, frustradas, de otros intentos de renovación que llenan nuestra historia. Ensayos en parte fallidos, por falta de coherencia y, sobre todo, por una concepción acotada de su proyección geográfica, limitada a las fronteras del país en que se daba el fenómeno. Hoy el panorama es distinto, como lo demuestra la irradiación del movimiento que inquieta ahora al Pentágono
El realismo mágico no ha dicho su última palabra, todavía.
Enviado por Prensa Causa Popular Horacio Cesarini.
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