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MIRANDO AL SUR - augusto alvarado

enrique lacolla


UNA FECHA PARA RECORDAR

<hr><h2><u>UNA FECHA PARA RECORDAR</h2></u>

16 DE JUNIO DE 1955


Por Enrique Lacolla
Córdoba (Argentina) – Junio de 2005

Hay fechas que son hitos en la historia de un país porque dan cuenta, de pronto y con un gran aporte de elementos dramáticos, de un cambio que ha estado produciéndose en el substrato social. Y también hay otros, no menos intensos, que expresan una reacción desenfrenada y a veces feroz contra ese mismo cambio.

El 17 de octubre de 1945 fue representativa de la primera de esas instancias. Y el 16 de junio de 1955 resultó abrumadoramente expresiva de la segunda.

El 17 de octubre marcó la irrupción del proletariado urbano y de amplios sectores de la clase media en la generación de los actos de gobierno de una nación que, desde 1930, había visto su vida política mediada por el fraude o por las intervenciones militares.

El 16 de junio implicó el comienzo de una brutal regresión que sirvió de puente entre la ferocidad de las guerras civiles del siglo XIX y el régimen derogador de la voluntad popular que se extendió, casi sin interrupciones, hasta 1983.

Una historia de traiciones

La historia del 16 de junio es bien conocida por quienes eran adultos en ese tiempo, pero las jóvenes generaciones no se la representan cabalmente. No estará de más trazarla en sus grandes rasgos, por lo tanto.

El segundo mandato del general Juan Perón, salido de unas elecciones irreprochables que lo ungieron con una clara mayoría, soportaba los embates de una oposición que se cebaba en los obvios defectos de un régimen afligido por cierta deformación autoritaria, que rechazaba el disenso y daba muy poco o ningún espacio para la expresión de éste. Esa oposición, sin embargo, no expresaba sólo esta impaciencia “ética”, sino que, a sabiendas o no, era la punta de lanza de un introyectado resentimiento de clase y de una conspiración oligárquico-imperialista que apuntaba a demoler el gobierno popular no por sus defectos, sino por sus virtudes.

Entre estas se contaban el establecimiento de una política exterior independiente, una fuerte industrialización, una regulación ponderada de la economía de parte del Estado y, lo último pero no lo menos importante, la difusión de la justicia social, que por primera vez convertía a la Argentina en una sociedad de veras inclusiva y ponía a sus capas más pobres en capacidad de proyectarse hacia el estrato poblacional inmediatamente superior a su condición. La movilidad social, que siempre había existido en el país, pero a una escala y a un ritmo mucho más limitados, se había convertido por fin en un factor esencial de democratización.

El resentimiento de los sectores dominantes ante estas modificaciones y el disgusto que causaban, en un arco más vasto de la opinión, la mediocridad y las manifestaciones de servilismo que muchos de los miembros del entorno del poder tenían hacia su titular, difícilmente hubieran podido generar, por lo tanto, las condiciones para un estallido si no se hubiera dado, por añadidura, un gratuito conflicto con la Iglesia, ornado por el estilo destemplado de Perón, que tornó volátil el ambiente.

En ese marco, una conspiración cívico-militar desencadenó, poco antes del mediodía de una fría mañana de invierno, lluviosa y con nubes bajas, un ataque contra la sede del Poder Ejecutivo que buscaba, sin lugar a dudas, la eliminación física del Presidente, sin cuidarse de lo que hoy se llaman “daños colaterales”. Formaciones de aviones de la Armada y luego de la Fuerza Aérea –una vez que la base de El Palomar fue copada por insurgentes–, bombardearon el centro de Buenos Aires sin previo aviso y buscando hacer blanco en la Casa Rosada.

La matanza fue espantosa, en especial entre los civiles que concurrían a sus tareas cuando los sorprendió el ataque. La reacción de las formaciones militares leales y la participación popular abortaron el alzamiento, al detener el avance de la infantería de marina y luego rendir el ministerio de esa fuerza armada, pero el saldo de la jornada fue terrible: no menos de 350 muertos y un millar de heridos.

La intentona se constituyó en el prolegómeno de la llamada Revolución Libertadora, que tres meses más tarde derrocaría al gobierno constitucional y abriría un capítulo de la historia argentina connotado, más allá de algunos altibajos, por un persistente desorden, por la supresión de la voluntad popular y por la inversión de las líneas maestras que habían ido marcando el ascenso de la Nación y que, a pesar de los defectos del régimen peronista, este había perfeccionado al ampliar la participación popular y al poner esas coordenadas en una incipiente dimensión latinoamericana.

Líneas de sangre

El 16 de junio trazó una línea de sangre en la historia argentina, que se profundizó al año siguiente al producirse el fusilamiento de muchos militantes y militares peronistas que intentaron revertir las tornas con el alzamiento del general Juan José Valle, ejecutado en esa ocasión.

Nada volvería a ser igual después y no hay que preguntar mucho acerca de las raíces de la violencia subversiva y de la oleada de salvajismo que la sucedió: sus datos estaban inscritos en la bestialidad del alzamiento del 16 de junio del ‘55 y en la represión del ‘56.

Ahora bien, no deja de ser tentador percibir al episodio del que esta semana se cumplen 50 años, en la proyección de la historia argentina. Porque, aunque no se desee verla y aunque el conformismo bienpensante de la historia oficial tienda a excluirla de sus evaluaciones, el ejercicio indiscriminado de la fuerza es una constante de nuestro pasado. Los años de las guerras civiles y de la organización nacional estuvieron puntuados por hechos de enorme violencia, y los sectores económicamente mejor dotados, que en suma fueron los que configuraron el país a la medida de su conveniencia, no fueron los menos propensos a ejercerla.

Pero hacia 1870 esa violencia elemental comenzó a remitir. Hubo aun dos episodios muy sangrientos, la revolución de 1880 que redundó en la capitalización de Buenos Aires (en su nacionalización, digamos) y la de 1890, pero ya fueron hechos en los cuales la contienda se dirimió en términos de conflicto reglado, respetando ciertas normas elementales y sin proceder a tomar venganza contra los vencidos.

A partir de allí el país se estructura en torno a normas sólidamente pautadas aunque no siempre muy justas, pero reconocidas como referentes por la sociedad en su conjunto. Si bien menudearon las revueltas cívico-militares, no se asistió a hechos de sangre de gran magnitud y, una vez dirimido el pleito, a los vencidos siempre se les otorgó la gracia.

Esta situación, con alzas y bajas, se consolidó y permaneció vigente hasta el 16 de junio de 1955, cuando la revulsión que el cambio en marcha suscitaba en algunos sectores, se exteriorizó en una salvajada de la que no había ejemplo en la historia argentina reciente.

El 16 de junio representó el choque entre dos tendencias opuestas: la de un país en gestación y la de una teoría conservadora que se oponía a éste. Fue el indicio o, mejor dicho, el síntoma claro, de los tiempos que se avecinaban. Y no hay duda de que, en ese combate, la segunda tendencia se ha impuesto, hasta ahora, a un costo catastrófico en vidas y en materia de desequilibrio social.

La única ventaja que cabe deducir del tiempo transcurrido, es que la lección que dejó esa terrible experiencia se erige hoy en un obstáculo que hace difícil repetirla. Pero para que esa memoria persista se hace preciso exhumarla de vez en cuando.

Los 50 años del más brutal atentado terrorista que sufrió la Argentina son una ocasión propicia para hacerlo
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LAS LECCIONES QUE DA BOLIVIA

<hr><h2><u>LAS LECCIONES QUE DA BOLIVIA</h2></u> Por Enrique Lacolla

Hay en la crisis boliviana una muestra de afirmación popular que requiere ser oída. Es hora de hacerlo.


La política, y el curso histórico que después la resume, no son un asunto fácil. En especial cuando se trata de fraguar cambios revolucionarios, dando una forma a una agitación creciente y que demanda una salida.

Es sin duda conmovedor ver a los indígenas de El Alto y a los mineros bolivianos bajar al centro de La Paz reclamando la nacionalización de los hidrocarburos –única palanca que puede financiar el desarrollo del país del altiplano– y la convocatoria a una Asamblea Constituyente, en el marco de una situación límite en la cual el gobierno se tambalea, el Oriente profundiza su pretensión autonomista y merodean los rumores de golpe militar, al que se le asignan los signos ideológicos más distintos, desde el chavismo de izquierda al reaccionarismo de derecha cocinado en la Escuela de las Américas y fogueado en la represión antipopular.

La intransigencia del pueblo en la calle, de la que se hace vocera la COB (Central Obrera Boliviana) es hasta cierto punto morigerada por Evo Morales, la cabeza más visible del movimiento popular, quien acepta la ley de hidrocarburos tal como ha sido votada por el Congreso –pero hasta ahora resistida por el Presidente Carlos Mesa–, al cual sin embargo Morales sostiene en su pretensión de mantenerse en el cargo hasta completar el mandato de Gonzalo Sánchez de Lozada, de quien Mesa fuera vicepresidente y cuya investidura asumió cuando la rebelión popular arrojó a aquel de su sitial en octubre de 2003.

No faltan quienes tildan a Morales de vacilante o traidor por esta posición aparentemente contradictoria, mientras otros, por el contrario, lo señalan como la primera causa del desorden y solicitan poco menos que su cabeza.

Se diría sin embargo que la posición del dirigente cocalero es sensata y la única posible, por el momento, en la caótica situación que se ha producido. ¿Cuáles son las garantías, en efecto, de que si naufraga el gobierno de Mesa el país no se disloque? ¿Qué capacidad de supervivencia tendría un gobierno integrado por facciones contrapuestas y huérfano de apoyo exterior? Bolivia no es Venezuela, ni Brasil ni Argentina; está tironeada por el separatismo santacruceño –donde se acumulan las principales reservas energéticas del país– y el probable golpe militar que podría salir al paso de esa aventura secesionista, estaría marcado por muchas más incógnitas que certezas. Podría ser de orientación chavista, pero también su contrario. Y esto último abriría las puertas a una amarga confrontación.

La revolución pendiente

No hay duda de que América latina en su mayor parte está recorrida por corrientes populares que se oponen, visceralmente, a la dependencia del exterior y al dogma neoliberal que la expresara a lo largo de las últimas décadas. Esas corrientes se vinculan a la serie de puebladas y luchas que jalonaron nuestra historia a lo largo de casi dos siglos y que son reconocibles con el nombre de populismos; expresión peyorativa para muchos sociólogos al uso, pero cada vez más reivindicada por las corrientes de pensamiento que tratan de aproximarse a la comprensión de nuestra realidad de acuerdo a parámetros genuinos, esto es, no deformados por una perspectiva importada.

En la situación actual de Latinoamérica la valorización y comprensión de las formas originales de protesta, debe ser una herramienta primaria para intentar la modificación de esta realidad deformada por la dependencia.
Y en este sentido es fundamental que los grupos que pretendan postularse como elites dirigentes cumplan con un postergado deber: escuchar a las masas profundas de estos países.

Durante 200 años se han pretendido implantar formas de representación a menudo vacías y que no respondieron a una confusa pero vital aspiración a la unidad, la justicia social y la independencia. Hay que convencerse que su imposición forzosa es imposible. Aunque puedan mantenerse por la fuerza, la presión de abajo las hará saltar repetidamente.

¿Cómo convertir entonces este ir y venir, este avance y retroceso permanentes, en una progresión efectiva? No hay respuestas fáciles. La única certidumbre es que hay que estar atentos a lo que se mueve, y que no hay que desvalorizar el legado de nuestra experiencia histórica concreta, por incongruente que a veces parezca.

La peripecia boliviana de estos días se inscribe de lleno en esta perspectiva y es directa heredera de esas luchas. Es una muestra de la especificidad latinoamericana, aun abigarrada e incipiente, y definida más por lo que rechaza que por lo que quiere. No la perdamos de vista y aprendamos a escuchar su voz.


LAS DEBILIDADES DEL MERCOSUR

Por Enrique Lacolla
Mayo 2005

El Mercosur no está pasando por un buen momento. Al parecer, los gestos de cordialidad esbozados en Brasilia, durante la cumbre sudamericano-árabe que se realizó allí el pasado martes, acercaron a los mandatarios argentino y brasileño. Pero los constantes roces en materia de cupos de importación, proteccionismo y asimetrías comerciales entre los socios principales de la asociación están desgastando el sentido de ésta y dan aliento a sus enemigos para volver a la carga con propósitos desintegradores, apuntados a diluir el acuerdo hasta reducirlo a un mero rótulo.

A la larga, es casi seguro que el Mercosur y la Comunidad Sudamericana de Naciones que debería configurarse como el ejemplo más alto de la voluntad de cohesión regional, llegarán a consolidarse. Pero las amenazas contra ambos son muchas y el tiempo es breve. Si no se cobra conciencia de algunas cuestiones esenciales, el recorrido hacia esa necesaria integración se verá sembrado de obstáculos y podrá empantanar el proceso durante un lapso imposible de prever.

Los temas centrales que hay que tener en cuenta son básicamente dos. El primero es que América latina se divide entre un segmento que habla castellano y otro que habla portugués. Ambos se equivalen en número, pero el segundo, que es Brasil, es un Estado-nación cumplido, con una política exterior madura que deviene de la tradición imperial de los Braganza, mientras que los países hispanohablantes son el fruto de la desintegración del imperio español, se dividen en una miríada de estados, carecen en general de coordenadas firmes en su política exterior (o cuando la tienen, como en el caso de Chile, está muy prevenida contra sus vecinos) y no cuentan, de manera aislada, con la masa de recursos humanos y materiales de que dispone Brasil.

El rol de líder de la comunidad sudamericana compete entonces, en forma clara, a Brasil. Pero será ilusorio que quiera ejercerlo sin tomar en cuenta las necesidades y aspiraciones de esos vecinos y, en primer lugar, de la Argentina.

No nos queda bien enojarnos y dar una pataleta por haber perdido, como consecuencia de nuestros propios y monumentales errores, el papel preeminente que tuvimos en América latina hasta la década de 1960. Pero ello no significa que no debamos esforzarnos por estructurar una política que sí pueda representar los intereses del sector hispanohablante y, asimismo, convertir a nuestra única ventaja competitiva frente a Brasil (nuestra declinante pero aun efectiva cohesión social), en un factor capaz de aportar cuadros intelectuales aptos para generar tecnología de punta.

Brasil podría entonces ser el líder del continente, pero la Argentina debería acompañar y complementar esa función al convertirse en el portavoz de sus hermanos en la lengua y en un concentrado de capital intelectual.

El frente cultural

Ahora bien, para que esta ecuación sea posible, hay que atender al segundo punto a que nos referimos. Que no es otro que el frente cultural. Entre países cuyas poblaciones fueron habituadas a una suerte de antagonismo -en el cual la pasión futbolística no representó un factor menor- y que, para colmo, se ignoran por completo salvo en algunos tipismos que podríamos considerar folklóricos, no es difícil fomentar las rivalidades. ¿Qué grado de conocimiento hay en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay sobre la historia de los restantes países? ¿Hasta qué punto existe una conciencia de que se trata de historias comunes y en qué medida se disciernen los mecanismos que la movilizaron? En una época en que, un poco de manera absurda, se ha puesto de moda pedir perdón por los crímenes cometidos por las generaciones anteriores, todavía hay quienes defienden -en Brasil, en especial- la guerra de la Triple Alianza, que arrasó al Paraguay y exterminó al grueso de su población masculina.

El conocimiento de nuestro pasado común y la capacidad para situar al presente dentro de esa perspectiva es indispensable para vernos como entidades consanguíneas, que se necesitan en forma mutua a fin de compensar las falencias de la una con los atributos de la otra.

Brasil, a despecho de su peso, es vulnerable a la presión externa, y ésta, si se produce en algún momento, buscará ejercerse a través de los vecinos susceptibles de ser instrumentados contra él.

Una asociación estratégica entre Argentina y Brasil, que tome en cuenta el desarrollo social, industrial y cultural de los dos países y no sólo los intereses coyunturales de algunos empresarios, es esencial para fundar un proyecto provisto de futuro.

De no ser así, todos seremos golpeados por un nuevo fracaso histórico
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LA REGRESIÓN AL COLONIAJE

<hr><h2><u>LA REGRESIÓN AL COLONIAJE</h2></u> Por Enrique Lacolla
Mayo de 2005

El olvido del aniversario de Bandung y la usurpación por la Unión Europea de territorios que no le pertenecen, indican un retroceso histórico a corregir desde el Sur
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Mientras el 60 aniversario del final de la segunda guerra mundial en Europa fue acogido con numerosos servicios informativos y actos recordatorios, el quincuagésimo cumpleaños de la conferencia de Bandung pasó casi desapercibido.

Esto es demostrativo de que se ha abierto un hiato entre las consecuencias que tuvo la derrota del Eje en 1945, que redundaron en la difusión universal de una conciencia liberadora, y la realidad de un presente gobernado, en el fondo, por los mismos criterios que habían presidido los desarrollos históricos del capitalismo tardío. Esto es, del imperialismo.

La conferencia de Bandung en abril de 1955 fue la exteriorización de la confianza de los nuevos estados poscoloniales de Asia y Africa. Todos, más allá de las diferencias que los separaban respecto de la actitud a adoptar respecto de los polos de la guerra fría, compartían la certidumbre de que una nueva época se estaba abriendo, signada por la necesidad de rechazar la odiosa supremacía colonialista.

El momento era favorable para hacerlo. Había terminado la guerra de Corea y de Indochina habían sido expulsados los ocupantes franceses. China pugnaba por ocupar un espacio en el concierto de naciones, del cual había sido separada por la cuarentena que Estados Unidos le había impuesto luego del triunfo de la revolución comunista. La India se insinuaba como una potencia emergente, mientras que en Egipto bullía la revolución acaudillada por Gamal Abdel Nasser y su promesa de la fundación de una nación árabe.

El escenario estaba ocupado por figuras descollantes. Chou en Lai, Jawaharlal Nehru, Ahmed Sukarno, Nasser, eran representantes de una generación de luchadores que habían logrado abatir el yugo extranjero y estaban provistos del carisma propio de la era de grandes cambios, precipitados con el ascenso revolucionario que venía verificándose desde los tiempos de la revolución francesa.

Pero Bandung tuvo un complemento, seis años más tarde, que redondearía el programa esbozado en la ciudad indonesia: la conferencia de Brioni, isla yugoslava en el Adriático, donde en 1961 el mariscal Tito, Nasser y Nehru dieron forma al Movimiento de los países No Alineados, MNA (o NAM, por su sigla en inglés, Non Aligned Movement), que definiría su postura en base a unos pocos pero estrictos principios rectores: preservación de la independencia, no pertenencia a ningún bloque militar, rechazo a la presencia de bases extranjeras, defensa de la autodeterminación de los pueblos y exigencia de un desarme "completo y general".

El eclipse de una ilusión

De entonces para acá, "mucha agua ha corrido debajo de muchos puentes rotos", para decirlo con una frase de André Malraux. Los países asiáticos convocados en Bandung y luego sumados al Movimiento de los No Alineados, en general han sido protagonistas de un crecimiento espectacular, bien que bastante alejado de las premisas solidarias que impregnaban a la época de la rebelión anticolonial; pero los otros han corrido un destino muy distinto: Yugoslavia ha desaparecido del mapa, dispersada en una miríada de miniestados carentes de todo peso específico; el nacionalismo árabe, laico y progresista, ha naufragado o ha dado lugar a regímenes opresores y a menudo corruptos, que tienen frente a sí la rebelión, furiosa pero aparentemente sin salida, del extremismo fundamentalista; y Africa ha retornado poco menos que a la época de las cavernas.

Determinante de este fracaso fue la caída de la Unión Soviética, cuya presencia daba lugar a una tensión bipolar que concedía cierto margen de maniobra a los países que no querían arrodillarse ante el diktat de una u otra de las superpotencias militares que se disputaban la primacía en el globo; pero también pesó mucho en ese resultado la permanente presión imperialista y asimismo el lastre significado por el atraso o el desconcierto político de sociedades demasiado heterogéneas y sobre todo demasiado primitivas, cosa que había supuesto un obstáculo muy difícil de vencer. No es casual que las experiencias nacionales exitosas protagonizadas por los países de Bandung se hayan dado en lugares connotados por una antigua cultura, como en el caso de China y la India, apoyadas por lo demás en una milenaria experiencia de administración burocrática.

Hoy, con otras características y de manera más oblicua aunque tal vez aun más destructora, el espectro de la tiranía occidental sobre los negocios mundiales está acosando a muchos de los países que en Bandung creían haber escapado del yugo. El carácter implacable de esa presión está disimulado por las buenas palabras, pero no es menos feroz de lo que lo era durante la época predatoria del colonialismo desembozado.

Los piratas de ayer se han metamorfoseado en los inversores de hoy. En vez de cuerpos expedicionarios vigilan legiones de ejecutivos con computadoras, sin que esto impida, cuando la necesidad lo exige, que a su presencia se añada la parafernalia militar que se encarga de poner en su lugar a quienes son reacios a escuchar las "sugerencias" que aquellos imparten. En ese momento, los consejos se transforman en órdenes.

Ahora bien, aunque el discurso "políticamente correcto" de las grandes potencias suele soslayar estas realidades, de cuando en cuando la comprensión arrogante de las relaciones mundiales se descuida y deja traslucir, incluso en los papeles, la conciencia despectiva que tiene respecto de los que otrora fueran sus vasallos, y la disposición a volver a instalar, de forma desembozada, la ley de la cañonera.

Desparpajo

La Constitución Europea que está en vías de aprobarse por estos días, por ejemplo, se arroga derechos sobre territorios que no le pertenecen, por cuenta de los antiguos mandantes coloniales. Entre ellos están las islas Malvinas y los archipiélagos australes sobre los que existe un expreso reclamo argentino de soberanía.

En el texto del documento se expresa que "los países y territorios no europeos que mantienen relaciones especiales con Dinamarca, Francia, los Países Bajos y el Reino Unido están asociados a la Unión Europea".

Esto implica, en el caso de las Malvinas (que el documento nombra como Falklands) el olímpico desconocimiento de los antecedentes que avalan nuestro reclamo y que se fundan en la proximidad geográfica, la continuidad geológica y los antecedentes de la historia, que arrancan del virreinato y culminan en el sangriento conflicto de 1982.

Títulos a los cuales se añadió una declaración expresa del Congreso argentino, que en 1990 provincializó a Tierra del Fuego y a todas las islas del Atlántico sur, incluidas las Malvinas.

Pasar por encima de estos datos es demostrativo de la arrogancia de que hablamos. La vieja-nueva Europa, cuyas diferencias con el coloso norteamericano no implican la inexistencia de coincidencias de fondo con este en lo que hace al reglamento de los asuntos mundiales, asume su papel en el reparto del poder con una tranquilidad colindante con el descaro.

Dudas

¿Qué posición tomó el gobierno argentino ante este atropello? No lo suficientemente enérgica, en apariencia. La Cancillería ha expresado "enojo y malestar" ante la asociación de las Malvinas y otras islas del Atlántico Sur, a la Unión Europea. Pero ese enojo no basta. En especial porque surge a destiempo, pues los contenidos de la carta orgánica de la UE tendrían que haber sido tomados en consideración por nuestros diplomáticos muchos meses atrás, ya que no era un documento secreto y había sido puesto a consideración de los ciudadanos españoles residentes en el país para que la votasen.

Pero la reacción del gobierno nacional ha sido, hasta el momento de escribir esta nota, insuficiente. Sobre todo porque es sólo reactiva, y no acude a la sede en la cual se debería tratar este tipo de problemas de aquí en adelante. Esto es, el Mercosur y la flamante Comunidad Sudamericana de Naciones.

Están volviendo los tiempos del coloniaje. La única manera de resistir con éxito a la presión de los supercolosos es formando una región aparte, que cumpla el mandato unitario de origen bolivariano y sanmartiniano, y que a la vez sirva de reparo y contrapeso al desparpajo imperial
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La necesidad de formar una nueva constelación geopolítica que involucre a los países sudamericanos debería implicar también el reexamen de la utilidad de la OEA. En la actualidad esta ve diluida su funcionalidad por los votos que en ella tienen muchos pseudo estados que no son otra cosa que las proyecciones en ultramar de viejas potencias coloniales.

Es hora de formar un nuevo consejo que agrupe a los países iberoamericanos, que conforman la casi totalidad de la población del hemisferio occidental al sur del Río Grande. El mundo está cambiando, y la reforma de los organismos internacionales, incluida la ONU, debería acompañar ese cambio.

En Bandung se halló un expediente para expresar un mundo ex colonial en ascenso. Hoy es indispensable forjar nuevos instrumentos institucionales para separarse de los que son regulados por quienes, si no son nuestros enemigos, tampoco son nuestros amigos, y para erigir barreras a su dinamismo, mientras generamos las fuerzas que nos son necesarias para seguir creciendo.


BARRICK GOLD

<hr><h2><u>BARRICK GOLD</h2></u>

Chilenos y argentinos exigen el retiro de la minera canadiense



Rebelión - 12 de Mayo de 2005

El ecologista Javier Rodríguez Pardo se refirió a la carta que distintas entidades de Argentina y Chile le entregaron a la empresa minera canadiense Barrick Gold, en la Avenida Ricardo Lyon 222 en Santiago de Chile. Informa el dirigente ambientalista que Barrick no quiso recibirla pero la movilización de grupos de activistas rodeando el edificio con carteles sobre la contaminación minera y la firme decisión de no retirarse ante la exigencia de que figure el sello y timbre de la empresa, determinó que finalmente fuera aceptada. Fueron precisamente Javier Rodríguez Pardo, de Argentina, y César Padilla de Chile, los encargados de entregar la carta en el piso once donde tiene sus oficinas Barrick Gold, en representación de las comunidades y entidades que la firman, entre quienes se destacan las asociaciones de regantes y agricultores del Valle del Huasco, de Vallenar en Chile, la Pastoral Social de la Iglesia Salvaguarda de la Creación Alto del Carmen, en Chile, la Federación de Viñateros y Productores Agropecuarios de la provincia argentina de San Juan y Sanjuaninos Auto convocados, entre muchas otra agrupaciones de vecinos de ambos lados de la Cordillera de los Andes. La nota en cuestión es la siguiente:

Señores:
Barrick Gold Corporation
Presente

Con motivo de la realización de la asamblea anual de Barrick Gold en Toronto, Canadá, las comunidades y organizaciones de Chile y Argentina emitimos el siguiente comunicado:

Las comunidades del Valle del Huasco en Chile y de la provincia de San Juan en Argentina, como así también quienes hemos tomado conocimiento de la intervención minera fronteriza, nos oponemos a la explotación del complejo Pascua-Lama y Veladero que la empresa canadiense Barrick Gold lleva a cabo en la Cordillera de Los Andes.

El método extractivo minero a aplicarse en este frágil ecosistema, paradigma de las altas cuencas hídricas, naciente de las aguas donde emergen múltiples glaciares que alimentan comunidades y cultivos pueblos abajo, es incompatible con la actividad agropecuaria, forma de vida tradicional, desarrollo sustentable y futuro de las comunidades en ambos lados de la frontera.

El proyecto al que hacemos referencia usa compuestos químicos peligrosos entre los que se destaca el cianuro y el ácido sulfúrico, que generan desechos tóxicos, ácidos, metales pesados, libera el abundante arsénico encapsulado en la cordillera y contamina la tierra, las aguas, el aire, los acuíferos, bofedales y ríos.

Asimismo sostenemos que esta minería no aporta favorablemente al desarrollo local, regional y nacional. No genera empleos significativos y trae consigo pobreza, delincuencia, enfermedades, drogadicción, alcoholismo y prostitución. Las comunidades tampoco fueron consultadas respecto a la calidad de vida que impone esta minería.

La empresa no está en condiciones de asegurar y materializar las acciones de mitigación o reparación que promete en caso de accidentes, filtraciones, vertidos u otro tipo de contingencia como sucede regularmente con las actividades mineras.

POR TANTO, NO PERMITIREMOS EL SAQUEO DE NUESTRAS COMUNIDADES, LA DESTRUCCION DE NUESTRA NATURALEZA, CULTURA, SALUD Y SOBERANIA DE AMBOS PUEBLOS EXIGIMOS EL CESE INMEDIATO DE SU ACTIVIDAD MINERA.

EXIGIMOS ¡QUE SE VAYA BARRICK!


Santiago, 28 de abril de 2005

Coordinadora de Defensa del Valle del Huasco - Chile
Consejo de Defensa del Valle del Huasco - Chile
Pastoral Salvaguarda de la Creación, Alto del Carmen - Chile
Asociaciones de Agricultorea y Regantes del Valle del Huasco - Chile
Asociación Gremial de Turismom de Vallenar - Chile
Comité de Apoyo a la Defensa del Valle del Huasco - Chile
Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales - Chile
Codeff Amigos de la Tierra - Chile
Autoconvocados de San Juan - Argentina
Red Nacional de Acción Ecologista - Argentina
Federación de Viñateros y Productores Agropecuarios de San Juan - Argentina
Asamblea de Autoconvocados de Esquel, Chubut - Argentina
Sociedad Ecológica Regional El Bolsón - Argentina
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CUIDADO CON LOS SEPARATISMOS

<hr><h2><u>CUIDADO CON LOS SEPARATISMOS</h2></u> Por Enrique Lacolla

Febrero de 2005

Los tiempos de la globalización son proclives para instrumentar autonomías de campanario. La caída del modelo soviético y la subsiguiente ofensiva del Primer Mundo para adueñarse de los recursos energéticos y de los enclaves estratégicos del planeta, dan como resultado una efervescencia “nacionalista” –nacionalista en el sentido más restringido del término; esto es, étnico, confesional o tan sólo regionalista– que se refleja en el ataque contra los estados-nación más o menos embrionarios, lanzados por los superpoderes del mundo imperialista.

Sea a través de expedientes directos, como las intervenciones militares o el fomento de la guerra civil; sea por medio del montaje de ofensivas económicas que tienen por fin descalabrar las precarias defensas de las sociedades del tercer mundo, esta tendencia se hace cada vez más evidente.

La siniestra experiencia balcánica, con el desmembramiento de Yugoslavia; el gradual descuartizamiento de la ex Unión Soviética, que pretende reducir a Rusia a las proporciones del antiguo gran principado de Moscú, y el supuesto reordenamiento “democrático” de Medio Oriente a través de la intervención militar norteamericana, son parte de esta dinámica, que no parece prometer otra cosa que la inestabilidad, la dependencia o la subordinación de los pueblos de la periferia a los dictados de los grandes centros del poder financiero y militar.

Sudamérica, fragmentada desde la Independencia y cuyos países ahora están dando muestras de querer cohesionarse en bloques regionales que podrían dar paso a una unidad superior, no deja de estar expuesta a esa misma clase de pulsiones centrífugas, que pueden aprovechar la falta, en no pocos lugares, de una arraigada conciencia histórica.

Sin ésta, es difícil fundar un pensamiento geoestratégico que sea abarcador y vea al subcontinente en una proyección autónoma de futuro.

Un caso próximo

Los hechos que se están verificando en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, dan fe de lo que decimos. Desde hace tiempo orgullosos de su diferencia, los habitantes del oriente boliviano, tierras bajas respecto del altiplano andino, reclaman su autonomía y en secreto (o no tan en secreto) aspiran a la secesión y la independencia, ambición que exteriorizaron en más de una oportunidad. Los pretextos para expresarla nunca faltan. En esta ocasión, fue una suba en el precio del diesel y del agua. Pero los argumentos de fondo son otros.

Santa Cruz produce casi el 29 por ciento del producto interno bruto (PIB), genera el 50 por ciento de las exportaciones totales y el 38 por ciento de los tributos fiscales de Bolivia. Es el departamento más grande del país –370 mil kilómetros cuadrados– y el más rico, gracias a la agricultura, la ganadería y la energía. Sus pobladores, o una buena parte de ellos, eligen diferenciarse por su carácter “europeo” respecto de los andinos, predominantemente indígenas, que pueblan el altiplano.

Están dados, así, todos los ingredientes para un experimento secesionista. La ruptura con La Paz, promovida por el Comité Cívico Pro Santa Cruz, no se dará por ahora en razón de la presencia del ejército, que respalda al gobierno central; pero los ingredientes que informaron al “Cabildo Abierto” del pasado viernes en esa ciudad apuntan de forma inequívoca hacia ella.

Atracción fatal

No sería sensato minimizar la atracción que este tipo de tendencias pudiera generar en otros lugares de América latina. Más vale pecar por exagerados que por desaprensivos en esta clase de problemas.
La Argentina tiene un problema en ciernes en la Patagonia. La despolitización del país y la potenciación económica de la región, derivada del auge energético propulsado por una empresa transnacional, más la venta de anchas zonas a terratenientes extranjeros, no son elementos que contribuyan a tranquilizar respecto de la proyección a futuro de una de las regiones más bellas, ricas y despobladas de la Argentina, en lo referido a la densidad de habitantes por kilómetro cuadrado.

No se trata de sembrar la alarma. El patriotismo del poblador patagónico es proverbial, como quedó demostrado en ocasión de Malvinas y de los diferendos con Chile. Pero las condiciones objetivas que informan a la región son las que son y es preciso prestarles atención.

La Patagonia es una de las reservas naturales del planeta. Los poderes que aspiran a hegemonizar el mundo la tienen en cuenta. En consecuencia, cualquier precaución será poca. La primera es visualizar esta región dentro del encuadre global, para discernir las ambiciones que la acechan.

El resto dependerá de nuestra voluntad e inteligencia.


LA INSOLENCIA DEL PODER

<hr><h2><u>LA INSOLENCIA DEL PODER</hr></u></h2> Por Enrique Lacolla

La Voz del Interior
– Enero 2004

El pasado jueves, el presidente George W. Bush asumió su segundo mandato en Estados Unidos. El miércoles, quien fungiera como Consejera de Seguridad Nacional durante el primer período, Condoleezza Rice, uno de los halcones de esa administración, recibió el visto bueno del Comité de Política Exterior del Senado, por 16 votos contra dos, para desempeñarse como secretaria de Estado.

Si no fuera porque respecto del curso general de los actos de la megapotencia hay certidumbres y no hipótesis, no se podría menos que observar con inquietud esta confirmación que el pueblo y el Congreso norteamericano dieron a dos figuras que simbolizan lo más duro de su política exterior.

En la práctica, sin embargo, no parece que existan en el esquema de poder norteamericano alternativas a esta orientación, como no sean algunas variaciones cosméticas que los demócratas podrían haber introducido respecto de cuestiones de procedimiento.

La agresividad estadounidense se pone de manifiesto tanto en lo aparentemente menor como en lo grande. El maltrato de que fuera objeto el canciller argentino, Rafael Bielsa, en el aeropuerto de Miami, fue una demostración de arrogancia y desprecio en pequeña escala. Bielsa fue sometido a un desagradable interrogatorio en el hall de la estación aérea luego de protestar por la demora de su vuelo, sin tomar en cuenta su investidura ni el hecho de que venía de presidir la reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Luego le devolvieron su equipaje revuelto, con la notificación de que había sido inspeccionado. No hubo excusas oficiales, que sepamos, ni el canciller se ocupó de reclamarlas, aunque el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino elevó después una protesta por el episodio.

Desparpajo

Aún más preocupante es que este estilo matonesco no sólo se ejerce contra un funcionario de un país latinoamericano sino que se explaya en las tribunas más altas y se matiza con esa insolencia que deviene del desparpajo y de la negación deliberada y maliciosa de lo que es a todas luces evidente.

En su exposición ante el comité del Senado que debía confirmar su nominación como secretaria de Estado, Condoleezza Rice, por ejemplo, tras repetir sus amenazas a Irán y Corea del Norte, arremetió otra vez contra Venezuela.

“Hay que mirar al gobierno venezolano como una fuerza negativa en la región”, dijo. “Dedicaré tiempo a la Organización de Estados Americanos para que aplique su Carta Democrática a los dirigentes que no gobiernan en forma democrática a sus países, a pesar de haber sido elegidos democráticamente”...

Seis victorias electorales en un marco de turbulencia golpista parecen ser insuficientes a la flamante secretaria de Estado para otorgarle al gobierno de Hugo Chávez las credenciales de demócrata.

Aunque revuelvan el estómago, es inútil enojarse por estas expresiones: son parte del viejo juego del cinismo que los poderosos suelen desplegar contra los débiles en el escenario mundial.

Parafraseando a Pascal, podríamos decir que “la fuerza tiene razones que la razón no entiende”.

Pero lo que sí hay que tomar en cuenta son las proyecciones concretas que esos despliegues de arrogancia implican. Irán y Venezuela parecen ser los próximos blancos del activismo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Pentágono, y esto es grave.

En este marco hay que evaluar el secuestro de Rodrigo Granda, en Caracas. Presunto “canciller” de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), Granda no tenía requerimientos de parte de la Justicia colombiana, aunque con posterioridad a su secuestro el pedido de captura fue sometido a Interpol Venezuela.

Es difícil que este episodio –que promovió un distanciamiento en las relaciones entre Bogotá y Caracas– resulte sólo del deseo de neutralizar a un elemento subversivo. Detrás de él, parece diseñarse una maniobra típica de inteligencia. Una ofensiva a fondo para terminar de desgastar a Chávez sería una forma de torpedear por largo tiempo la incipiente unidad
latinoamericana
. Ésta comenzó a tomar cuerpo con el rechazo al Área de Libre
Comercio de las Américas (Alca) y la conformación de la Unión Sudamericana, hoy apenas algo más que un sello sobre el papel, pero con potencialidades asombrosas.

Catalogar a Chávez como protector de la narcoguerrilla y arrastrarlo a un foro donde debería defenderse de ese cargo, promovería un circo mediático dirigido a desestabilizarlo. A partir de allí sólo faltaría darle la puntilla. Aunque, ¿quién le pone el cascabel al gato?